Bienvenido 2022
Empiezo el 2022 con el entusiasmo de las pérdidas. Hace dos décadas estuve a punto de permanecer, por algunos años, en la comodidad de un trabajo que me habría esclavizado. Fue la tranquilidad del salario versus la aventura de vivir. Elegí el riesgo que empezaba con la renuncia, a esa edad yo necesitaba afirmar la vocación y, por ella, la tranquilidad de una vida era insuficiente para exponer lo que la poesía me señalaba desde el mirador de Barranco o desde el faro de Miraflores, yo necesitaba ingresar al azul de su amenaza, perderme en sus tormentas, demostrar que estaba a la altura de Caronte o, por lo menos, que puse el pecho para enfrentar palabra con palabra el silencio de las imágenes.
Fue así como aprendí a domar el miedo, a torear mis emociones, a lanzarme como los clavadistas a objetivos imposibles. Escribo esto después de que el más hábil de los técnicos me explicara que se destruyeron todos los archivos de mi computadora que estalló el 17 de diciembre. Por algo suceden estas cosas, reflexiono y concluyo que tal vez fue necesario que así sea, que se imponía un drástico suceso para retornar al riesgo que exige la escritura. Ahora, después de ponerle punto final a uno de mis últimos trabajos, empiezo el 2022 con el entusiasmo de quien ve por primera vez el mar, con la emoción del que toca con asombro la neblina, y le agradezco a diciembre por su tenacidad para devolverme la voluntad por el arrojo, la vida como un contrasentido del orden y las proyecciones. A mis 43, he aprendido que la apuesta siempre debe ser por la alegría, por eso es importante ese punto de apoyo, ese motivo que se inyecta a tu energía más allá del miedo o de la duda. Por eso el entusiasmo, por eso la claridad como un poema que escribo con este ímpetu extraterritorial, libre de licencias, imperfecto y ceremonial.
“El mundo físico está allí, pero algo ha cambiado de repente”, escribió Antonin Artaud, hago un recuento privado de los hechos y me da ganas de retroceder en el tiempo para abrazar al poeta y decirle que, en su locura, escribió la máxima más cierta del planeta.
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