Bernardo O’Higgins y el Perú
En una fecha como la de hoy, 18 de septiembre, tan especial para la historia de Chile, en que sus ciudadanos recuerdan el día de la Primera Junta Nacional de Gobierno (1810), aun cuando el 12 de febrero de 1818 es considerado el día en que fue proclamada la independencia, quisiera relievar en el marco de esta efeméride nacional chilena, a la egregia figura de Bernardo O’Higgins (1778-1842), hijo del 32° virrey del Perú, Ambrosio O’Higgins, y Director Supremo de Chile (1817-1823), que, luego de una compleja y muy tensa circunstancia política en Chile, decidió partir para nuestro país –era la tercera vez que lo hacía a lo largo de su vida–, llegando a Lima en 1823. Estaba claro que su paso por el emblemático Convictorio de San Carlos y sus estrechas vinculaciones con peruanos influyentes, como pasó con el marqués de Torre Tagle, para quien jefaturó el Estado chileno, el Perú tenía un significado especial. Siempre agradecidos por su cuota en nuestra independencia, pues había organizado el Ejército Libertador del Perú, y antes, junto al Libertador José de San Martín, en Mendoza, también había organizado el Ejército Libertador de los Andes. Con justicia, el Perú lo colmó de títulos, viviendo en la Hacienda Montalván de Cañete, hasta su muerte en Lima en 1842. De hecho, en este lugar –hay que decirlo–, O’Higgins obtuvo importantes ingresos como consecuencia de la venta de “las seis mil arrobas de caña de azúcar y algunas toneladas de aguardiente” (en O’PHELAN, Scarlett. “Bernardo O’Higgins y sus estancias en Perú”) y eso estuvo bien para quien, con creatividad, había encontrado el formato legítimo para mantenerse junto a su familia (Isabel, su madre, Rosa, su hermana, y su hijo Pedro Demetrio), el tiempo que le tocó vivir y terminar sus días en nuestras tierras. Su gratitud para con el Perú jamás la ocultó. Había dicho: “Por la independencia de América sacrifiqué en Chile, mi patria, mis mejores años, mi salud y mis bienes, pero debo a la generosidad del Perú una vida tranquila y no mendigar mi subsistencia y la de mi familia”. Su nostalgia por el olvido que sentía por parte de sus compatriotas al no reconocerle su gesta en el proceso de la independencia fue atenuada con sus aportes en favor de Chile en los tiempos de la Confederación Perú-Boliviana, también hay que decirlo. Su relación con Manuel Bulnes, luego presidente de Chile (1841-1851), le hizo sentir que la patria no lo había olvidado y eso le dio cierto consuelo mirando retrospectivamente el episodio de su destierro. Veintisiete años después de su fallecimiento en Lima, los restos de uno de los tres personajes más relevantes de la etapa independentista de América –los otros fueron José de San Martín y Simón Bolívar– terminaron siendo repatriados a Chile, en 1869.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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