Bernardo O´Higgins, libertador del Perú
Ayer, 20 de agosto, se cumplieron 247 años del nacimiento del Libertador Bernardo O´Higgins (1778-1842), en San Bartolomé de Chillán y Gamboa -hoy ciudad de Chillán, en el centro sur de Chile. Fue uno de los chilenos que más amó al Perú, tierra que conoció y en la que vivió durante su niñez y en su vida adulta hasta su muerte, y por esta elevada razón guardo por este egregio hijo de Chile, y por sus esfuerzos durante la etapa de la independencia de nuestro país y de América, el mayor de los respetos. Hijo del 32° virrey del Perú, Ambrosio O´Higgins, el destino y la historia de su patria natal, lo ungieron en el cargo de Director Supremo de Chile (1817-1823). La vorágine del proceso independentista y las pugnas a su alrededor, hicieron que, luego de una compleja y muy tensa circunstancia política en Chile, tuviera que dejar su país, y decidir, sin dubitaciones, enrumbarse para el Perú en 1823, la tierra que ya conocía desde sus tiempos mozos y a la que volvía por tercera vez a lo largo de su vida, tan solo al poco tiempo de su partida de Santiago. Estaba claro que su paso por el prestigioso y emblemático Convictorio de San Carlos y sus estrechas vinculaciones con peruanos influyentes, el Perú tenía un significado especial. Siempre agradecidos por su cuota en nuestra independencia, pues había organizado el Ejército Libertador del Perú, y antes, junto al Libertador José de San Martín, en Mendoza, también había organizado el Ejército Libertador de los Andes, con justicia el Perú lo colmó de títulos, viviendo en la Hacienda Montalván de Cañete, hasta su muerte en Lima en 1842. Era lo menos que el Perú pudo hacer para reconocer su aporte en nuestra Independencia, viviendo en nuestras tierras junto a Isabel, su madre, Rosa, su hermana, y su hijo Pedro Demetrio. Su gratitud para con el Perú jamás la ocultó. Había dicho: “Por la independencia de América sacrifiqué en Chile, mi patria, mis mejores años, mi salud y mis bienes, pero debo a la generosidad del Perú una vida tranquila y no mendigar mi subsistencia y la de mi familia”. Su nostalgia por el olvido de sus compatriotas al no reconocerle su gesta libertaria en Chile, fue atenuada con sus aportes en favor de su país en los tiempos de la Confederación Perú-boliviana, y eso hay que decirlo. Su relación con Manuel Bulnes, luego presidente de Chile (1841-1851), le hizo sentir que la patria no lo había olvidado, y eso le dio cierto consuelo mirando retrospectivamente el episodio de su destierro. Luego de 27 años de su muerte -falleció en su residencia histórica en Jirón de la Unión 554, en pleno centro de Lima, hoy perfectamente conservada para relievar su descollante figura y memoria-, los restos, a mi juicio, de unos los tres personajes más relevantes de la etapa independentista de América -los otros fueron José de San Martín, su amigo, y Simón Bolívar-, terminaron siendo repatriados a Chile, en 1869, reposando en la Cripta erigida ad hoc con su nombre en la plaza de la ciudadanía en Santiago.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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