Benito Bonifaz y el pendón negro
El 31 de octubre de 1856 estallo en Arequipa una revolución conservadora proclamando como jefe al exiliado general Manual Ignacio Vivanco. El 16 de noviembre, al alzamiento nacional contra los liberales, se sumó la flota liderada por dos jóvenes marinos, el teniente Lizardo Montero y el alférez Miguel Grau.
Desde entonces se entablo una feroz guerra civil en mar y tierra. En julio de 1857, el teatro de la contienda se desplazó a Arequipa que quedo cercada y cual fortaleza clásica se decidió a luchar hasta la muerte por la religión católica, la causa conservadora y sus tradiciones autonomistas.
Todo el pueblo se mantuvo firme, unido y activo de ahí que Jorge Basadre haya hablado de los arequipeños como un “caudillo colectivo”. La defensa de la ciudad fue heroica, cada muro fue una trinchera y cada torre un bastión. En lo alto de cada baluarte ondeaba desafiante un pendón negro anunciando a los sitiadores que los hijos del misti preferían morir antes que capitular.
Esta gallardía combativa fue recordada por María Nieves Bustamante en su novela “Jorge, el hijo del pueblo”. Fue un momento histórico en que todos arequipeños estaban tan comprometidos con la resistencia que ellos tomaran por himno la marcha del primer acto de la obra “El Belisario” (1836) de Donizetti que canta: “En el campo de la gloria/La muerte o la victoria/Al violento asalto/Punir se debe…”.
Malacoff y Sebastopol fueron los nombres de las fortificaciones de la guerra de Crimea que se adoptaron en los baluartes de la ciudad. En el cetro del drama bélico se erguía el aristocrático general Vivanco al que seguían con pasión todos los arequipeños. Junto a él, una legión de jóvenes románticos donde destacaban entre otros Toribio Pacheco e Hipólito Sánchez Trujillo, este último editor del combativo diario “Vencer o Morir.”
Pero, sin duda alguna, el máximo héroe de la ciudad combatiente era el poeta Benito Bonifaz Febres (1832-1858). Hijo de Narciso Bonifaz Castañeda y María Febres Sanabria, se incorporo a la carrera militar en el arma de artillería alcanzando el rango de teniente. Al producirse el sitio de su ciudad natal se sumó al batallón de artesanos al que le dedico su magnífico poema “Columna Inmortales” donde decía: “¿Los veis marchar con la cabeza erguida/en busca de la gloria o de la muerte? / Son los hijos del Misti, los del fuerte/ y noble corazón/ Salud a los valientes Inmortales.”
El 6 de marzo de 1858 se produjo el asalto final y se vio la sangre de los defensores católicos correr como ríos por las zanjas de la blanca ciudad, mientras el pendón negro se mantenía en lo más alto. Ese día una bala alcanzo a Bonifaz, al “Tirteo arequipeño”, que solo tenía 25 años. De inmediato se acercó en su auxilio el medico y poeta Manuel Nicolás Corpancho (1830-1863) oficial del ejército sitiador quien entristecido evacuo al moribundo a su casa familiar donde finalmente falleció al día siguiente.
El poeta Benito Bonifaz es uno de los máximos héroes de la juventud conservadora peruana y, al mismo tiempo de la juventud arequipeña, porque él represento, con su arrojo y valor, el ejemplo de lo que hijos del Misti han representado en la historia política del Perú y que nadie ha expresado mejor que Víctor Andrés Belaunde cuando nos explicó que: “el arequipeño ha sido educado en ese sentimiento trágico de la vida, en ese enfrentarse, por la solidaridad de las penas colectivas, al espectáculo de la muerte. En él tiene su raíz el sentimiento religioso y esa visión de eternidad que da al alma de Arequipa un sello indefinible de grandeza”. Nosotros deseamos agregar a estas hermosas palabras que esa grandeza regional es un tesoro de nuestra grandeza nacional.
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