Batalla contra el desánimo
El creciente desánimo del peruano hacia su propia nación es alarmante. Según el IEP, hubo un incremento de 11 puntos en la cantidad de peruanos –47%– que quieren emigrar y no regresar. Entonces, el “milagro económico” es un relato del pasado. Desde que Castillo llegó al poder en 2021, más de 415 mil compatriotas sintieron que ya era el colmo y se fueron con sus recursos a dar o conseguir empleo en el exterior y otros más a darle mejores oportunidades de estudio a sus hijos. Una tendencia que aumentó el deseo migratorio al exterior del 60% de jóvenes entre 18 y 24 años, quienes ahora desean que Perú sea su romántico refugio esporádico.
El desánimo sigue una cronología, que se exacerba con la izquierda en el poder. Desde Humala, hemos sido testigos de una serie de ineptitudes que terminaron desestabilizando la política y la economía. Estos gobiernos no tuvieron firmeza para promover la inversión y se acomodaron detrás del discurso anticorrupción, lo que nos evoca el adagio: “el pez por la boca muere”. Ahora, cuando alguien escucha “vamos a crecer 2%” simplemente se aburre. Se desbordó el desánimo por la inseguridad, alimentado por una avalancha de malas noticias sobre la inestabilidad política, la desinversión en el sector minero debido a trabas y conflictos que frenan proyectos como Tía María, el impacto de El Niño Costero que subió el precio del limón y encima se dejará a la capital sin agua por unos días.
Este desánimo tiene graves efectos en una economía estancada, aumentando el costo de vida que enfrentan diariamente las pequeñas empresas, profesionales y familias. La caída de la confianza destruye cualquier expectativa a futuro y hace mediocres a los planes de crecimiento, principalmente porque falta de inversión. Si nos remontamos al 2002, algo se repite, cuando más del 70% de los jóvenes querían emigrar para no regresar. A diferencia de nuestros tiempos pocos buscaban oportunidades académicas o empleo técnico. La mayoría se integraba a la inmigración ilegal, convirtiéndose en trabajadores domésticos en hogares de clase media de otros países.
Durante épocas pasadas, el sector privado, a través de sus gremios, desempeñaba un rol más proactivo en la comunicación dirigida al público en general. Hace 20 años, fui testigo directo de este compromiso durante mi gestión en un comité de promoción de inversiones del principal gremio del Perú. Las empresas se volcaron a la comunicación social con el objetivo de hacer entender al peruano que la inversión es sinónimo de empleo. La conexión entre empleo e inversión resultó ser una herramienta efectiva para contrarrestar el desánimo juvenil y promover la aspiración por construir un futuro en su propio país. En los siguientes años, la agenda del expresidente García gravitó en la promoción de inversión como motor de crecimiento.
Hoy en día, necesitamos volver a valorar la inversión como generadora de empleo y desarrollo. La inversión debe ser vista como una fuente amigable y beneficiosa para la esperanza. En este esfuerzo, es esencial que el sector privado lidere una comunicación moderna y digital, que respete los códigos culturales de nuestra diversidad y evite el uso de lenguaje complicado o estéticas publicitarias superfluas. La claridad y la potencia deben ser las premisas.
Son muy pocos los empresarios que han demostrado su camiseta por el país, como Benavides en minería, Wong en medios de comunicación, De la Torre en la batalla cultural, entre otros. En medio del desánimo, crear un ambiente favorable para la inversión y reanudar el crecimiento se está convierte cada vez más en una cuestión de responsabilidad y sostenibilidad nacional. Cuando el sector público titubea es deber del sector privado tomar la batuta y liderar la batalla contra el desánimo.
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