Basta de demagogia, Presidente
El régimen Vizcarra ya ni siquiera menciona de soslayo el monumental problema de la inseguridad ciudadana. Convencido de su absoluta impericia y rendido ante la realidad que lo único que sabe hacer es mecer a la ciudadanía –con el soplamocos de su batalla contra la corrupción– el presidente Martín Vizcarra ha abandonado en el más peligroso desamparo a la sociedad peruana, víctima diaria de un tsunami criminal perfectamente organizado. Sin duda la razón principal es la falta de un programa –con participación de los sistemas de inteligencia– diseñado por el gobierno nacional como responsable de cuidar la vida y salud de la sociedad. No existe un plan integral –sea regional o vecinal– elaborado con criterio profesional. Todos son meros manotazos de ahogado, palos de ciego e intentonas descoordinadas sin fundamento técnico ni práctico. De esta ineptitud el presidente Vizcarra no debe culpar a alcaldes ni gobernadores. La responsabilidad es cien por ciento suya, como cabeza del Ejecutivo. Y en esto sí Vizcarra aparece retratado como lo que es: un gobernante improvisado, irresponsable, fatuo, que prefiere moverse al compás de encuestas prefabricadas –con supuestos también falaces– que lo presentan como el abanderado de la anticorrupción en el Perú, fina cortesía de una maquinaria mediática aceitada con dineros fiscales disfrazados de publicidad estatal.
Por si fuera poco, la irreflexión del régimen no solo se manifiesta en esta ausencia de un plan de lucha contra la inseguridad ciudadana. Lo reconfirma asimismo la falta de vigilancia que existe en todo orden de cosas. El tránsito, por ejemplo. La gente maneja como le viene en gana, los conductores parquean sus unidades donde les provoca; las calles las ocupan vehículos estacionados en los espacios previstos para el tránsito de unidades; en consecuencia, las ambulancias no alcanzan a recoger ni a trasladar a tiempo a los enfermos a los hospitales por los embotellamientos que generan estas infracciones. El cúmulo de violaciones a las normas de tránsito en nuestras pistas es interminable. Pero tampoco hay presencia de autoridad alguna para encarar semejante desenfreno.
De otro lado las reparticiones públicas son centros de tortura para el ciudadano que necesita realizar alguna gestión, pagar impuestos, etc. Los centros de salud tampoco atienden a esos miles de ciudadanos diariamente obligados a hacer colas inmensas que los lleva a permanecer días enteros esperando obtener un ticket para conseguir un turno que les faculte, aunque sea, ser mal atendidos inclusive en emergencia. Nada funciona. Ocurre que la tramitomanía se ha convertido en un atropello perversamente organizado, que induce a que la gente, desesperada, apele al pago de sobornos para ser atendida por el Estado. Y allí empieza la cadena de corrupciones, impulsada por las mismísimas autoridades del país cuyo jefe, en este momento, es Martín Vizcarra, dizque el adalid de la lucha contra este karma infernal.
Déjese de poses, presidente Vizcarra. Abóquese usted a aquello que le manda hacer la Constitución: gobernar. Luche contra la fenomenal crisis de inseguridad ciudadana; la desatención hospitalaria, la perversa tramitomanía. Ocúpese de la gente en vez de preocuparse por su figura.