Balconear, Baladrar y Balbucear
POR EDISTIO CÁMERE*
Desde el balcón se tiene la panorámica de una situación observada que incluye intersecciones, relaciones, entre otros detalles. Mirar no es lo mismo que ‘estar’. Otear como hábito deviene en un mero curiosear. Se está al tanto de lo que ocurre en el radio de la mirada, pero es un conocer que no mueve a la acción ni a la reacción. No lo hace, no porque lo que conocido sea inútil o neutro, sino porque el sujeto que conoce prefiere la cómoda postura de mantenerse como espectador: mira para entretenerse o para fisgonear.
Quien balconea regularmente se muestra indiferente ante el curso que toma su ambiente o la sociedad. Estar al tanto no significa tomar partido ni comprometerse con los acontecimientos. Ha renunciado a ser agente en la configuración de la trama social para estacionarse placenteramente en los reducidos linderos del individualismo. Para quien balconea, la sociedad es útil en cuanto satisface sus necesidades básicas y su condición de espectador.
Quien vocifera, alborota o chilla no tiene la intención de construir o de aportar. Grita aquel que se descontrola porque determinada situación no le agrada, porque no ha tenido el curso que quería o porque no podía cambiarla a su antojo. Quien suele baladrar ante algo que no le parece, pronto caerá en las fauces de la violencia; atenazado por el enojo, pierde objetividad y serenidad para corregir o formular sus propuestas o escuchar las contrarias, para establecer puntos en común.
Respetar no significa coincidir, pero sí obliga a escuchar y valorar el punto de vista ajeno. Lo importante es que los derechos y deberes no se enajenan, se corresponden recíprocamente. Pero quien baladra busca acumular para sí todos los derechos… total, es deber de los otros el complacerlo… si es que no quieren que vocifere. Sin duda, es una expresión del subjetivismo a ultranza.
Aquel que baladra muestra lo que pretende, trasparenta su malestar. Mas quien murmura, farfulla, cuchichea o habla entre dientes oculta su respuesta. Queda la duda de si afirma o niega: habla para sí mismo. Su real sentir lo comunica a otro u otros, cuando media distancia con su inicial interlocutor. La mirada esquiva anuncia que en cuanto uno se da vuelta, quien balbucea, astutamente siembra minas: no se notan, pero explotan furiosamente. Asiste, escucha, anota, conversa con su compañero, pero no comunica su posición. Quien dirige una reunión confía que su proposición contará con su anuencia. Error de apreciación. No solamente no está de acuerdo, sino que propaga mensajes que generan desconfianza. De modo que, el balbuceo termina siendo un ataque sutil
pero artero al bien común.
Ciertamente, quien balconee, baladre o balbucee no se compromete ni con su entorno primario ni con el extenso, pendiente de sí, no repara en su condición de ser social y, en caso que lo haga, le costará mucho incluir en los latidos de su corazón la praxis y la gramática del tú, del nosotros y del de ellos.
*Educador
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