Autócratas y demócratas
Los partidarios de las autocracias, que se manifiestan a través de dictaduras o regímenes totalitarios como los de Maduro en Venezuela o Putin en Rusia, deben, de una vez por todas, entender que Donald Trump ha sido elegido presidente democráticamente de acuerdo con los mecanismos constitucionales previstos en Estados Unidos —la mayor democracia del mundo— y que, en ese país, donde se renueva la jefatura del Estado cada cuatro años con posibilidad de una sola reelección, ha habido cinco presidentes —incluido Trump— legítimamente electos desde que Putin asumió el poder, paradójicamente en forma “interina”, el 31 de diciembre de 1999, tras la renuncia de Boris Yeltsin.
La diferencia crucial entre una democracia y una autocracia es precisamente que la primera es electiva y permite, con plena participación ciudadana, la alternancia en el poder: Trump perdió su primera postulación a la reelección, pero ha logrado ahora el triunfo con una posición ultranacionalista dentro de una sociedad en la cual se respetan las libertades fundamentales, tanto que el propio Trump ha logrado sobrellevar victoriosamente las múltiples acusaciones y condenas que recibió en el curso de su accidentada campaña electoral.
La segunda implica la perpetuación en el gobierno de un solo personaje, normalmente mediante prácticas electorales fraudulentas y a través del establecimiento de un régimen corrupto que controla el Estado a su libre albedrío, persigue, encarcela y asesina a sus opositores, elimina las libertades fundamentales que consagra la democracia y crea una nueva clase de oligarcas que sumisamente acatan sus dictados.
La prédica roja en el Perú, lo que pretende a través de su cacareada nueva Constitución, no es otra cosa que el establecimiento de un sistema totalitario en el país, como el que existe en Cuba, donde la Constitución consagra la existencia como partido único del Partido Comunista, elimina las libertades democráticas y establece un régimen estatista que supuestamente debería conducir a la disolución del propio Estado para ser reemplazado por la utopía comunista de la sociedad sin clases, ese vergel teórico inventado por Marx y sus seguidores y exégetas que ha propulsado la creación de las peores autocracias del mundo, como la que protagonizó Stalin hasta su muerte en la Unión Soviética.
Los enemigos de la democracia la usan precisamente para destruirla, como han hecho Putin en Rusia y Maduro en Venezuela, al servicio de sus propios egoísmos y reprobables intereses, y se entornillan en el poder con el cuento de que son “verdaderos” demócratas porque sirven a su pueblo, lo cual, además de ser una incongruencia, es una vil mentira.
No pasarán en nuestra patria.
(*) Presidente de Perú Acción
Presidente del Consejo por la Paz
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