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Amor al Perú

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Fecha Publicación: 25/07/2019 - 22:00
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Hace 198 años se inició una nueva época en la vida nacional con la proclamación de la independencia. El cambio, progresivo, venciendo escollos y superando dificultades, no ha logrado todavía la densidad necesaria, la madurez a punto. Algo falta cuajar...

En el curso de la vida republicana, transcurrida entre ocurrencias azarosas, realidades non gratas, hechos positivos y acontecimientos de seria repercusión, ha habido felonías y también actos gloriosos de lealtad. Pero aún es escaso el escarmiento.

Hay, como hitos clavados en la historia actos que no sorprenden, sucesos aparentemente inverosímiles que intuitivamente eran esperados y, en compensación a lo adverso, autenticidad y verdades limpias de campechanía. Son realidades concretas en las que uno puede aferrarse para elevar cada conducta a niveles de superación, tanto personal como social, en bien propio y en proyección al país.

Existe lo que Jorge Basadre, investigador acucioso de la historia y sensible al cotidiano acontecer nacional, se refirió, cáusticamente, “Al mundo de la vara, la coima, la mordida, los ayayeros, los patas, los compadres, los padrinos”, en memorable discurso en CADE 79.

Es una práctica sempiterna y sin exclusividad alguna. Está enquistada en la costumbre y destila en todo tiempo, es un mal que exuda en cualquier momento y aquí o allá.

Si bien el Perú es una nación independiente, soberana, hay omisión para el cumplimiento de lo debido en muchos estratos de nuestra heterogénea sociedad, en gente que prefiere la fachenda a lo auténtico, al rigor verdadero. El espíritu nacionalista -como sincero amor a la Patria, a lo nuestro desde las raíces más hondas prendidas en cada intervalo vital- flaquea en no pocos casos, no solidifica en la medida y la fuerza necesarias. Esto provoca que la independencia ganada con heroísmo no funcione irreprochablemente.

La ocasión es propicia para meditar acerca del significado del patriotismo como sentimiento, como valor, que inspira la subordinación de todo en aras del que le debemos al suelo donde hemos nacido.

Por ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano este pronto a resistir hasta la misma muerte por su Patria a pesar de aspavientos de  dictadores y aventureros.

No se puede desligar lo que es, en esencia, el patriotismo y el espíritu cívico. Este es, respecto al primero, como la llama votiva que inspira el amor al terruño nacional, amor que, sublimado, puede –y debe- conducir a los más grandes sacrificios.

Aprestémonos pues a rendirle homenaje a la Patria. Pero no sólo en esta efeméride sino siempre, con acciones que demuestren con eficacia la presencia constante del verdadero amor y respeto al Perú.

Pasarán los festejos tradicionales, el entusiasmo de las celebraciones se extinguirá como las luces de artificio que se estamparán en el cielo nocturnal aquí o allá, en cualquier rincón del país. Pero al fin debe quedar algo con valor de permanencia. Hagámoslo posible.

¡Tenemos solamente un Perú, cuyo destino está en cada compatriota!