“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”
Queridos hermanos, estamos ante el Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. La Primera Lectura es del profeta Isaías. Nos invita a entrar en la fiesta, en el monte, donde Dios nos va a dar manjares suculentos, buenos vinos. Está aquí profetizando que en el monte Jesús muere y abre con su muerte una fiesta para los pecadores. En este monte Jesús aniquilará la muerte para siempre. Nos dice el Señor que arrancará el velo que cubre todos los montes y que enjugará las lágrimas de todos nuestros rostros, el oprobio de su pueblo. Dios ha venido a salvarnos. Por eso el Señor nos invita a no bajar del monte, no bajar de la cruz.
Respondemos con el Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar”. Nos invita a no tener miedo porque Él está con nosotros. “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos”. No estás solo, el Señor está junto a ti para ayudarte.
La Segunda Lectura es del apóstol San Pablo a los Filipenses y dice “sé vivir en pobreza y abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta”. El único que nos conforta porque es Él quien proveerá a todas nuestras necesidades dándonos su Espíritu Santo, dándonos su gracia para poder vencer a nuestros enemigos.
Por eso cantamos en el Aleluya: El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama.
El Evangelio dice que “el reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. Es decir, dice que el cielo es un reino que no es de este mundo, no todo se centra en la enfermedad del Covid-19 que estamos padeciendo sino que tenemos que trascender mucho más allá, ¿a dónde vamos? Nuestra preocupación ha de ser poder vivir esta vida eterna en la tierra. Pasar de este mundo al Padre. A este banquete fueron invitados muchos pero se excusaron diciendo que tenían qué hacer, uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, otros que tenían que cuidar sus vacas, etc. Como muchas veces nos justificamos nosotros frente a la invitación al Reino de Dios que ha llegado ya.
Por eso los convidados no hicieron caso; nos justificamos nosotros también frente a la llamada de Dios con los negocios. Dice el Evangelio que: El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. Invita a los pobres, a los alejados. “Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.
La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta.” Este vestido de fiesta es el vestido del bautismo, la túnica blanca que hace presente la inmortalidad, el amor y la unidad con la Iglesia. El rey dijo entonces: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Por eso hermanos a esta fiesta de la Eucaristía nos invita el Señor a llevar esta vestidura que es la renovación profunda del Bautismo. Yo te invito a renovar este Bautismo cada día leyendo la Palabra de Dios y poniéndola en práctica. Tendrás así un tesoro y experimentarás esta fiesta que es el Reino de los Cielos. El Señor los bendiga.
Obispo emérito del Callao