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Alberto Otárola fue un premier de facto

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Fecha Publicación: 07/03/2024 - 22:00
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Alberto Otárola fue el premier de facto que, en su condición de tal, le dio dirección y permanencia al régimen de la presidenta débil Dina Boluarte. Fue así: En la práctica, Otárola fue el jefe de gobierno, y Boluarte fue, tal vez, la jefa de Estado. Este artículo contiene tres hipótesis, dos fácticas y una contrafáctica. Las conjeturas fácticas son las siguientes: primera, que Otárola ejerció como premier de hecho y gobernó al país durante los cuatrocientos cuarenta días en los cuales ocupó el cargo de presidente del consejo de ministros; segunda, que tal anormalidad constitucional y política se debió a la debilidad personal y social de Boluarte; y la conjetura contrafáctica es la siguiente: si Manuel Merino y Pedro Castillo, nuestros otros presidentes débiles, hubieran tenido a un Otárola como premier de facto con capacidad política, no hubieran caído por golpe de Estado, ya sea por mano ajena o mano propia. Es la primera vez que nuestra república realmente existente experimenta semejante subversión de la forma de gobierno. En verdad, Otárola ha modificado la forma del gobierno: Pasamos de un presidencialismo a un premierato de facto. Tampoco podemos comprometer al parlamentarismo, institución de la cual emerge la figura del premier, o del primer ministro, pues Otárola no fue elegido por el parlamento, ni por el pueblo. Peor aún: el parlamento y el pueblo no lo querían. Con lo cual, Otárola había subvertido la posición constitucional y política de los ministros en el Perú. Es más: Otárola es un abogado constitucionalista, pero como ministro también había subvertido las teorías constitucionales, que sobre sobre nosotros mismos y la manera de gobernarnos, construyeron los clásicos Manuel Vicente Villarán y Domingo García Belaunde. Veamos: La Comisión Villarán, en la “Exposición de motivos del anteproyecto de constitución del Estado”, publicada en Imprenta Torres Aguirre, en 1931, señalaba lo siguiente: “Lo que ha faltado en el Perú para dar vida al parlamentarismo no son textos escritos, sino una redistribución de valores políticos entre el Congreso y la Presidencia de la República… Hasta ahora, la balanza se ha inclinado del lado del presidente, y la observación de nuestra historia, de nuestra psicología y costumbres políticas conducen a la creencia de que, en el próximo porvenir, las mayorías de los Congresos carecerán de aquella popularidad, cohesión y disciplina, de aquella inflexible y agresiva voluntad de poder que serían necesarias para colocar al presidente bajo su tutela, imponerle Gabinetes parlamentarios y gobernar por medio de ellos. La institución del presidente, con facultades propias y extensas de gobernante efectivo, está sustentada en el Perú y en la América toda por una fortísima tradición y por hábitos populares incoercibles. Responde a un estado social y económico que impone sus leyes inflexibles a la evolución política. No podemos imaginar la abolición del régimen presidencial sino como resultado de un cambio de cosas profundo, precedido tal vez de una revolución”. Otra vez, veamos: García Belaunde es autor del trabajo titulado “Forma de gobierno en la constitución peruana”, publicado por la Revista de estudios políticos, nueva época, número 74, octubre-diciembre de 1991, en el cual define nuestra forma de gobierno de la siguiente manera: “Atendiendo a la normativa constitucional, a nuestro desarrollo histórico y, sobre todo, a la praxis política, cabe afirmar que el nuestro es un modelo presidencial disminuido, atenuado o frenado, toda vez que las grandes decisiones las tiene, en última instancia, el presidente de la República, atemperado por controles políticos y, en cierto sentido, por la opinión pública y los partidos políticos”. Nuestros maestros del derecho constitucional no se equivocaron, pero tal vez no hacía falta la modificación de ciertas prácticas sociales incoercibles, ni una revolución social, sino tal solo que aparecieran Otárola y Boluarte como anormalidades constitucionales y políticas.

Otárola, el premier de facto, podría haber creado una ley de tendencia: Cada vez que un presidente peruano débil no tiene un premier de facto, y con capacidad política, es altamente posible que caiga, por mano propia o ajena. Por el condicional contrafáctico: Así habrían caído Merino y Castillo, nuestros otros presidentes débiles. Por la conjetura fáctica: Otárola fue el premier de facto que, en su condición de tal, le dio dirección y permanencia al régimen de Boluarte, nuestra actual presidenta débil.

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