Alberto Fujimori, el indultado zombi político
¿Se ha convertido, Alberto Fujimori, en el conejo del sombrero que hoy necesita Keiko Fujimori para darle una esperanza falsa de triunfo a sus fanáticos? Después de pasar más de diez años perdiendo elecciones, tres campañas consecutivas negando al padre y sus delitos, tres derrotas conformadas por poca inteligencia, sentido común y traición familiar; Keiko Fujimori pretende borrar todo eso con la imagen del padre, un enfermo -supuestamente- terminal que ha firmado su adhesión al partido que la hija creó, que no es ni la sombra del partido que el padre dirigió cuando era aún joven. Podrán superar sus diferencias internas, pero no podrán borrar sus sentencias y dieciséis años en prisión.
No existe discusión o duda alguna en que Alberto Fujimori no puede postular a ningún cargo público. Lo más lejos que puede llegar en un cargo es a la presidencia del partido al que se acaba de inscribir; veremos si la hija se lo permite. Pero nadie puede negarle la participación en la vida política del país: activa, desde la cama de una clínica, frente a una cámara, durante un mitin, con el voto o en el pensamiento. Seamos realistas: Alberto Fujimori ya no puede hacerle daño a nadie. Sin embargo, al igual que Antauro Humala, muchos años en prisión, en el encierro absoluto, pueden volverte un ser humano resentido. Aunque Alberto Fujimori fue tratado como lo que era, un expresidente; Antauro fue tratado como un delincuente más.
Las acciones de Alberto Fujimori demuestran que no está arrepentido de nada. Jamás se le escuchó pronunciar palabra alguna sobre los delitos que se cometieron cuando él era el jefe del Estado. El expresidente sentenciado por secuestro y homicidio mediato no medita que el indulto otorgado no borra ninguna de sus sentencias y su culpabilidad. Él es culpable y morirá siendo culpable. El indulto otorgado solo lo libera de la prisión, mas no de sus delitos. “Nosotros combatimos al terrorismo”, dicen en el fujimorismo. Eso nadie lo niega; pero también mataron a mucha gente para callar bocas y permanecer en el poder.
Hace diez años, cuando Keiko Fujimori se presentaba por segunda vez a una candidatura presidencial, Alberto Fujimori tenía 75 años. Era un hombre que enviaba cartas a su hija para exigir la permanencia de un grupo de personajes fieles a él en la planta congresal y otras cartas más para Ollanta Humala. Es decir, era un hombre con la fortaleza de decidir en un partido desde que estaba en prisión. Hoy tiene 85 años; no es una amenaza para nadie. No soslayo a Alberto Fujimori; solo estoy siendo pragmática y realista.
La imagen del padre en el imaginario de las personas no funcionará. Cuando Pedro Pablo Kuczynski logró ser presidente, tenía 75 años y estaba en dos piernas; tenía la fortaleza para convencer que él era el “elegido”. Solo resultó un buen administrador de empresas privadas, más no un político. Alberto Fujimori está enfermo y las fuerzas que tiene las utiliza para defenderse, pero no es una real amenaza electoral.
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