“Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir”
Queridos hermanos, estamos celebrando el domingo XXII del tiempo ordinario, y la Palabra de Dios nos ofrece una profunda reflexión sobre cómo debemos vivir nuestra fe. La primera lectura es del libro del Deuteronomio, donde se nos dice: “Estos mandatos que yo te doy hoy son la sabiduría y la inteligencia para ti y para todos los pueblos de la tierra, para todos aquellos que escuchen esta noticia”.
Esta enseñanza es una invitación a reconocer que no hay nación tan grande como la que tiene al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, un Dios que está siempre cerca, que no nos abandona, y que actúa con valentía frente a nuestros enemigos. ¿Qué debemos hacer ante esta realidad? Solamente invocar al Señor frente a los enemigos y confiar en su protección y guía.
Por eso, en respuesta a esta llamada, recitamos con el salmo 14: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”. La tienda de Dios se ha manifestado entre nosotros, porque Él mismo se ha hecho hombre y vive en medio de nosotros. El salmo nos recuerda que aquellos que se hospedan en la tienda de Dios son aquellos que no calumnian, que no prestan dinero con usura, que no adoran los ídolos de este mundo, ni murmuran, ni critican, ni son soberbios, ni aman el dinero. Hermanos, somos llamados a apoyarnos en lo que es firme, en la verdad y la justicia de Dios.
La segunda lectura nos la ofrece el apóstol Santiago, quien nos exhorta a aceptar dócilmente la Palabra que ha sido plantada en nosotros y que es capaz de salvarnos. Nos dice que no basta con escuchar la Palabra, sino que debemos ponerla en práctica. Si nos limitamos a ser oyentes y no hacedores, estamos engañándonos a nosotros mismos. ¿Qué significa poner en práctica la Palabra de Dios? Significa actuar con misericordia, visitar a los huérfanos y a las viudas, ayudar a los pobres y a aquellos que no tienen recursos ni derechos. Santiago nos recuerda que el verdadero culto a Dios no se trata solo de palabras, sino de acciones concretas de amor y justicia.
No debemos manchar nuestras manos con el mundo, sino actuar con la sabiduría que Dios nos da, viviendo de acuerdo con su voluntad.
El Evangelio de hoy, tomado de San Marcos, nos muestra un encuentro entre Jesús y un grupo de fariseos que se escandalizaban porque los discípulos no se lavaban las manos antes de comer, según la tradición de los ancianos. Los fariseos preguntan a Jesús por qué sus discípulos no siguen esta tradición, y Jesús les responde citando al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Jesús nos advierte sobre el peligro de centrarnos en lo externo, en lo superficial, olvidando lo que realmente importa: la pureza del corazón.
Hermanos, Jesús nos llama a mirar más allá de las apariencias y a centrarnos en lo que realmente importa. Nos dice que no es lo que entra en el cuerpo lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de su corazón.
Porque es desde dentro, desde el corazón, de donde salen los malos pensamientos, la fornicación, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo, y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y son las que verdaderamente contaminan al ser humano.
Si queremos ser perfectos, si anhelamos la vida eterna, debemos renunciar a todo lo que sale de nuestro corazón y que nos aleja de Dios, como el amor desordenado al dinero, la infidelidad, y el egoísmo. Hoy es un buen día para hacer un examen de conciencia, para limpiar nuestro corazón mediante la conversión, y para volver al Señor con sinceridad.
No podemos hacerlo solos, pero si invocamos el nombre del Señor, Él nos concederá la gracia necesaria, tal como lo ha hecho con tantos otros a lo largo de la historia.
Queridos hermanos, les deseo unas felices vacaciones, que el Señor les conceda descansar en su voluntad, a ustedes y a sus familias. Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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