Agua potable: el derecho básico que seguimos esperando
Cada primer sábado de octubre se conmemora el Día Interamericano del Agua, una fecha que debería ser ocasión de orgullo y compromiso. Sin embargo, en el Perú se convierte en un recordatorio de la deuda que arrastramos con millones de compatriotas. El acceso al agua potable no es un privilegio, sino un derecho humano y un pilar de la salud pública. Prevenir enfermedades empieza por garantizar agua segura en cada hogar, escuela y centro de salud. Pero este principio básico sigue siendo incumplido, y la falta de voluntad política de sucesivos gobiernos, incluido el actual, ha convertido lo que debería ser prioridad nacional en una promesa incumplida tras otra.
La situación mundial ya es alarmante: más de 2.2 mil millones de personas carecen de agua potable gestionada de manera segura, según la OMS. Esta carencia está vinculada a enfermedades como diarreas, cólera o hepatitis A, que cobran la vida de miles de niños cada año. En este contexto global, la urgencia de invertir en agua segura es evidente. Sin embargo, países como el Perú, que poseen abundantes recursos hídricos, no deberían figurar en la lista de naciones con poblaciones sin acceso al agua potable. El problema no es la falta de agua, sino la falta de gestión, transparencia y compromiso sostenido.
En nuestro país, la desigualdad en la distribución del agua es una herida abierta. Mientras la Amazonía concentra el 97 % de los recursos hídricos, la costa —donde se concentra la población— apenas dispone del 1.8 %. Tres millones de peruanos aún no tienen acceso a agua potable, y esta realidad golpea con más fuerza a las comunidades rurales y a las periferias urbanas. Las consecuencias son devastadoras: enfermedades gastrointestinales, parasitosis, desnutrición crónica infantil y un sistema de salud sobrecargado. Y aunque cada gobierno llega con discursos grandilocuentes, los resultados son magros. Se anuncian planes, se aprueban presupuestos, pero la ejecución es lenta y la ineficiencia, junto con la falta de continuidad, sigue siendo el mayor enemigo del agua potable en el Perú.
Garantizar agua potable universal sería la mayor política de prevención en salud pública de nuestra historia. Reduciría drásticamente enfermedades, aliviaría la presión sobre hospitales y permitiría destinar recursos a otras prioridades. El camino está claro: inversión pública eficiente, tecnología aplicada a la potabilización en zonas rurales, captación de agua de lluvia y educación preventiva en las familias. Pero nada de esto funcionará si no existe una política de Estado seria, sostenida y blindada frente al cortoplacismo electoral. La salud preventiva no puede depender de discursos de campaña; debe ser una acción permanente. Porque mientras la ineficiencia y la indiferencia persistan, el agua potable seguirá siendo una deuda política que enferma al Perú.
@sandrostapleton
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