AGP: La última lección
Lo conocí en 1986. Fue mi primer contacto con la política. Yo tenía ocho años y quedé con el recuerdo de aquel joven Presidente. En los noventa, el fujimorismo hizo de su nombre un estigma, una leyenda negra que se acentuó cuando lo declararon reo contumaz y la prensa daba cuenta de los informes de la comisión que integró Lourdes Flores Nano, Fernando Olivera y Pedro Cateriano. Mi generación creció con esa leyenda negra. En Lima, en enero del año 2000 me incorporé a las juventudes que lucharon contra la autocracia fujimorista. Caído el régimen, Paniagua convocó a elecciones y cuando todos teníamos la certeza de que los protagonistas serían Toledo, Castañeda y Andrade; Alan García Pérez retornó al país como candidato presidencial. El 2001, convencido por su discurso de refundación, me incorporé a su equipo de jóvenes. Recuerdo dos anécdotas:
1. Durante la campaña hubo un debate con los miembros del equipo de juventudes de Perú Posible. Una de las bromas habituales era imitar su voz. Yo estaba imitándolo cuando de pronto sentí sobre mi hombro una mano gigante. Como todos reían, pensé que era por mi improvisado
discurso y continué, hasta que volteé: era la mano de Alan. Me quedé en silencio y antes de que le pida disculpas, “continúe”, me dijo sonriendo, y empezamos “a dialogar”.
2. Una semana después de la campaña nos reunimos
en el local de San Isidro. “Usted, a qué poeta admira”, me preguntó. Yo sabía que a él le gustaba Chocano. “Rubén Darío”, respondí. García me miró con un gesto inquisitivo: “¿Qué poema?”, volvió a preguntar y le contesté con la primera estrofa de “Yo soy aquel que ayer nomás decía”; Alan con su mano pidió que me detenga y continuó con el poema. Yo dejé de activar el 2004.
Pienso que García se equivocó cuando impidió la renovación, cuando se volvió un opositor de su propio discurso. No sé a qué responda su última determinación, lo puntual es que su muerte ha logrado poner los ojos del mundo sobre un partido donde, si podan aquello que los llevó al fracaso, es muy probable que el sueño de Víctor Raúl tenga esperanza. Esa responsabilidad está en la voluntad de sus jóvenes, quienes, en un acto por devolverle el honor, deberían iniciar su lucha por la reconstrucción. Que el suicidio del expresidente no sea un pretexto para el regocijo de los odiadores sino un llamado de atención para reflexionar sobre qué estamos haciendo como ciudadanos frente a un sistema que nos ha desnaturalizado. Alan fue un político, la muerte fue su última lección.