Adiós, señor mentiras
La salida de Martín Vizcarra por la puerta falsa de Palacio de Gobierno era imprescindible: su permanencia ponía en riesgo la pulcritud de las siguientes elecciones generales. Si Vizcarra continuaba como presidente, era muy probable que hubiéramos tenido a alguno de sus delfines -Julio Guzmán o George Forsyth- como su reemplazo. Y, si uno de sus candidatos llegaba al poder, las investigaciones que pesan en su contra por supuestamente haber recibido millonarias coimas de empresas del ‘Club de la Construcción’ iban a desaparecer. Pero eso, afortunadamente, no ocurrió y el Parlamento -¡su propio engendro!- lo destituyó con 105 votos a favor de legisladores de casi todas las bancadas. A diferencia del cierre del Parlamento anterior, ¡que sí fue un golpe de Estado!, este segundo proceso de destitución por incapacidad moral procedió conforme a la Constitución.
El panorama -y no el dominical (vaya para broma estúpida)- sí que se torna complicado para Martín Vizcarra. Ya sin inmunidad, el exmandatario es pasible tranquilamente de algún pedido de prisión preliminar o preventiva: el fiscal Germán Juárez Atoche ya ha dicho que Vizcarra viene mostrando una actitud de rebeldía al no asistir a la primera citación. Este jueves es el segundo requerimiento. Las denuncias que pesan sobre Martín Vizcarra no son cualquier cosa, pues hasta 5 aspirantes a colaboradores eficaces han asegurado -si mienten van presos- que, siendo gobernador regional de Moquegua, cobró S/2’300,000 en sobornos a Obrainsa e ICCGSA a cambio del proyecto de riego Lomas de Ilo y el Hospital de Moquegua. Uno de los testigos es el exministro de Agricultura José Manuel Hernández, quien fue el intermediador de los oscuros pagos. Los chats de WhatsApp recientemente revelados demuestran que Hernández y Vizcarra eran amigos cercanísimos, y no simples conocidos como afirmó el expresidente en entrevista con la guaripolera mayor: RMP.
No debería, sin embargo, sorprendernos que Martín Vizcarra haya mentido con descaro. Antes dijo que no trabajó con Odebrecht, cuando, en realidad, su empresa CyM Vizcarra le alquiló maquinaria a Conirsa, un consorcio liderado por la corrupta brasileña. También aseguró que no se reunió con Keiko Fujimori, pero luego nos enteraríamos de que fueron dos las veces que estos se juntaron. Asimismo, mientras destacaba la entrega de la licencia a Southern Perú para la construcción de Tía María, pactaba por lo bajo con antimineros para tirarse abajo este permiso. Más adelante, dijo que recién conoció lejanamente a Richard Swing en la campaña electoral del 2016, mas no contó que, según la fiscal Janny Sánchez Porturas, gestionó su irregular contratación en el Ministerio de Cultura. Un audio de este caso reveló cómo Martín Vizcarra y sus entonces asesores coordinaban para mentirle a la Fiscalía y al Congreso sobre las visitas de Swing a Palacio de Gobierno. El último engaño descubierto a Vizcarra fue las reuniones con Antonio Camayo, sindicado como miembro de ‘Los Cuellos Blancos del Puerto’, en donde brindaron con ron Zacapa.
Ante lo ocurrido, la prensa oficialista, esa misma que aplaudía la disolución del Congreso anterior y el nacimiento de este Parlamento parricida, chilla porque su patrocinador se ha vuelto un peatón más. Lloran porque se quedaron sin publicidad estatal: no hay lágrimas gratis.
Y si se pregunta, estimado lector, cómo será un gobierno de Manuel Merino, pues hay que ser un completo inútil para hacerlo peor que Martín ‘ni una sola obra’ Vizcarra. La valla es realmente baja.