2023: esperanza
El 27 de diciembre de 2020, cerrando las publicaciones de esta columna de opinión correspondiente a ese año, escribí: “Luego de conocerse los resultados electorales habrá una simulación de convergencia, capacidad de diálogo y entendimiento, que se prolongará hasta la instalación del nuevo gobierno. ¿Cuánto durará esa idílica imagen? Las severas perforaciones de nuestro sistema político y el empoderamiento de los poderes fácticos, nos devolverá a la realidad del encono y el fratricidio. Ojalá me equivoque y celebraré que así sea. Pero hoy le temo y mucho al 2021”.
Ni siquiera conocía entonces que el delincuente Pedro Castillo Terrones alcanzaría el triunfo en las elecciones generales. No aparecía en las encuestas. Mi pronóstico no era ad hominem sino una advertencia de lo que vendría por un problema de fondo que casi nadie pretendía ver y hoy se discute con ahínco: un sistema político y electoral podrido hasta la médula.
El 02 de enero del año pasado fui más lejos y titulé mi columna “El terrible 2022” donde –entre otras cosas– sostuve: “anticipo un terrible 2022. Será un periodo de dilucidaciones y definiciones muy intenso, hasta sangriento. El componente del virus de Wuhan ya no será neurálgico... Lo central será las consecuencias que nos acarrea la mediocridad de Castillo y el halo de corrupción que lo rodea... Eso sí: requeriremos parafrasear a Alejandro Romualdo cuando quieran vacarlo y no podrán vacarlo porque el consorcio patrocinador del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla harán lo suyo para calificar de golpista el procedimiento constitucional e influirá en gobiernos estúpidos o culposos…Eso hará todavía más terrible el 2022 peruano”.
A la vista mi error radicó en prever la imposibilidad de vacarlo porque no contaba con la idiotez propia de Castillo de intentar un golpe de Estado. Pero hasta la referencia que hice al consorcio izquierdista internacional y su injerencia en nuestros asuntos tuvo acierto.
Ahora veo como una enorme posibilidad queel 2023 recuperemos algo de esperanza, no exentos de periodos de violencia con los cuales se inicia el presente año. Si el gobierno transitorio de Dina Boluarte otorga una lectura correcta a la responsabilidad que tiene entre sus manos y conjura adecuadamente la sedición, así como las tendencias separatistas que con gran descaro alienta el ex gobernante boliviano Evo Morales en el sur del país, puede volcar el ánimo de la mayoría de compatriotas hacia el cronograma de consolidación de los nuevos gobiernos regionales y municipales, y también el proceso electoral del 2024.
Ese ánimo debe ser convocado a la sensatez, sabiendo que Boluarte todavía no conquista la confianza plena de la ciudadanía. El centro político, viciado por las agendas fácticas y la eclosión de los partidos diques de los extremos (PAP, AP o PPC), tiene oportunidad de recuperarse, pese a que la derecha reniegue del lenguaje social de la presidenta y la izquierda (sobre todo, la caviar) la socave por sus inagotables intereses subalternos. La esperanza es lo último que se pierde.
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