10 años de la partida del tío Rogelio Valderrama
Si mi familia extendida ha tenido un patriarca, ese sin duda ha sido el tío Rogelio Constante Valderrama. El tercero de un total de 8 hermanos, siempre destacó por su empeño en construir un futuro para su familia nuclear pero también para cuanto familiar acudía en búsqueda de su protección y apoyo. Muchos de mis tíos, mis primos, mi propio padre gozaron de su hospitalidad cuando emigraban a Lima en búsqueda de un mejor futuro. Sus hermanos menores siempre tuvieron en él una suerte de hermano-padre. Sus casas en La Victoria y en San Juan de Lurigancho siempre fueron una puerta abierta para todos nosotros.
Para mí mismo en mi primera infancia, con un padre soltero de apenas 22 primaveras y muchos años después fue su morada en SJL un refugio en donde me sentí guarecido sin condiciones. Nunca olvidaré esos gestos, que venían acompañados de charlas para corregir mis errores de juventud.
Fue un hombre de gran corazón, siempre pendiente de la familia, trabajador, comerciante, con un matrimonio de décadas de lealtad, un abuelo querendón y un padre abnegado que impulsó a ser consolidados profesionales a su hija Karina, abogada, y Marcos, médico. Un hincha acérrimo de Sporting Cristal y alguien con quien incluso hablamos de política y respetaba mi fe partidaria.
Como toda familia hemos también vivido episodios luctuosos muy complejos. Uno de ellos fue sin duda la partida en su juventud del hijo de mi tía Rosa -su hermana-, Manuel Ávalos Valderrama, químico farmacéutico, quien murió a manos de un asaltante que lo ultimó a traición. Apenas rondaba los 30 años. Como otros casos policiales en el Perú hubiera terminado en impunidad para el criminal si no hubiese sido por la tenacidad por encontrar justicia del tío Rogelio que incluso hacía viajes interprovinciales en el proceso que finalmente terminó en justa condena. Siempre lo admiré por esa lucha.
Recuerdo con tristeza el día de sus funerales, cuando acompañé a mi abuelo Manuel a despedir a su hermano con el que había recorrido las calles de Huamachuco mientras caminaban hacia el icónico centenario colegio estatal “San Nicolás”, siendo niños. Su hermano más cercano en edad y en corazón, con el que yo veía que podían juntarse a acompañarse sin hablar pero con una complicidad de toda una vida. Recuerdo que mi hermana Kiara estaba en ese momento aún en el vientre maternal, naciendo pocos meses después. Ese día, el 23 de junio de 2013, de algún modo u otro se congregó toda la familia extendida a brindar el último adiós a su querido líder de clan.
Si mi abuelo Manuel representó para mí la nobleza, mi tío Rogelio fue la generosidad y el sentido de la protección.
Que siga gozando de la gloria de Dios, hoy 10 años después su partida.
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