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Gonzalo Espino busca rescatar la poesía quechua contemporánea

Actual Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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Gonzalo Espino busca rescatar la poesía quechua contemporánea.
Fecha Publicación: 21/08/2023 - 02:56
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Su libro se titula 'Harawinchis. Poesía quechua contemporánea (1904-2022)', que en el quechua popular cuzqueño significa 'nuestra poesía'. Se trata de una contribución académica importante acerca de nuestra literatura quechua escrita, que contiene una propuesta teórica, una periodificación y, por cierto, una antología poética quechua muy completa.

“Porque San Marcos es la universidad del Perú. Lo que este libro le está diciendo al país es que estamos apostando por la diversidad cultural, por leer a los quechuas en la escritura de su época. Las traducciones que se presentan en el libro son originales, corresponden a los propios autores o a quienes han colaborado. Por mi parte, como poeta, he hecho transcreaciones, es decir, he recreado los propios poemas. El libro es una aventura poética, que propone a la academia un debate sobre cómo entendemos la literatura del Perú, cuyo concepto tendría, en verdad, que ser 'las literaturas' del Perú”.

Profesor, su niñez y su adolescencia la vivió en el norte, en la hacienda azucarera Casa Grande. ¿Cómo su historia de vida ha impactado en su quehacer académico?

Soy de la última generación que escuchó las palabras mochicas en mi pueblo. Cuando tuve 14 años, mi abuelo me llevó al curandero, que era mi tío, porque me dio la fiebre de los adolescentes, la fiebre del amor. Este 'mal' te enflaquece. Mi tío rezaba en latín y en mochica. Me curó. Tengo toda la historia de la familia, en la que los apellidos se cruzan. Comequé, Relucé, son apellidos mochicas. Me hice en ese ambiente. Efectivamente, vengo de una zona azucarera, de la hacienda Casa Grande. Ahí trabajó César Vallejo. Mi pueblo se llamó Tulape, pero en 1919, aproximadamente, el hacendado le cambió el nombre por Roma. Fue un lugar de rebeldía, aunque la vida cotidiana era tranquila.

Mi abuelo, Rufino Alarcón, era un hombre independiente, un artesano. Como tal, era un hombre libre. Mi padre era el telefonista de la hacienda. Fue un hombre cultivado, pues tenía acceso a libros y periódicos. De mí, puedo decir que, en lo fundamental, yo soy una persona oral. Las tradiciones, las creencias, del pueblo, las escuché y las viví. Así fui formándome como persona. Con un humor, que después se destruyó en mí, pues yo no cultivo el humor. En mi pueblo, las mujeres ordenaban la vida de los hombres, y tenían dobles sentidos en el habla. Me vinculo a la familia, a su historia intensa. Viví la reforma agraria de Juan Velasco, que significó un corte histórico. Sin Velasco, a lo mejor, yo sería hoy un buen administrador de hacienda, pero de ninguna manera un profesor sanmarquino de literatura.

Nosotros éramos como burritos de hacienda. Velasco y mi padre cambiaron mi suerte. Recuerdo a mi padre que, desde mi pueblito, decía, 'de aquí a Ascope, de ahí a Trujillo, y de ahí a la universidad'. En el colegio tuve como profesores a jóvenes que pertenecían al movimiento cultural de Trujillo, a los poetas de Colibrí, entre ellos a mi maestro Luis Alvitres Mendo, que me puso en contacto con la poesía contemporánea. Cuando ingresé a San Marcos, los nombres de Hildebrando Pérez, Marco Martos, Washington Delgado, me eran familiares.

San Marcos fue el campo propicio que le permitió, por la libertad de cátedra, llevar a cabo sus proyectos de investigación sobre literatura quechua, muchik, entre otras lenguas originarias.

Técnicamente, pertenezco a los sectores populares. Soy provinciano. Vengo de un pueblito perdido en el norte del Perú, que, como muchos en los años 70 del siglo pasado, se juntaron con las clases medias y con la aristocracia en la universidad. Fue así, con más razón en literatura. En ese entonces, el libro era caro, pero éramos ratones de biblioteca. Es verdad, la academia sanmarquina me permitió hacer las investigaciones que yo deseaba. Siempre me sentí a gusto trabajando literatura popular. Mi primer trabajo en serio es sobre la cultura en el movimiento obrero en general. Un homenaje a Denis Sulmont.

Me atreví a pensar que existía poesía obrera. Entonces, Antonio Cornejo Polar me lanzó el reto: “Demuéstralo pues”. Tengo vocación por la literatura popular, por el tema popular en general. Trabajo en bibliotecas populares, campesinas, rurales, en Cajamarca y otros lugares. Por ejemplo, hice mi trabajo juvenil sobre la literatura oral en la exhacienda Roma, donde viví. En los inicios de mi carrera como docente universitario me encontré al frente de un curso que se llamaba “Literaturas orales y étnicas del Perú”.

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Aparecieron estudiantes que me recogían y escribían relatos en quechua. Me preguntaba si los estudiantes me estaban inventando. Entonces, decidí estudiar quechua. Un día yo estaba dictando clase, y Jorge Pucchinelli me llevó a la biblioteca para mostrarme una treintena de revistas. Cada uno escogió una revista, yo, el Boletín de San Marcos, de 1905. Ahí encontré una reseña de Max Uhle a Adolfo Vienrich y su trabajo Tarmap Pacha-Huaray, que es el primer texto que organiza un panorama de la literatura quechua. Así empiezo mis inquietudes sobre la literatura quechua. San Marcos tiene una gran tradición sobre el estudio de la literatura quechua. Aunque, hoy estoy asentándome en un campo que sería la literatura popular del norte del Perú.

En su reciente libro “Harawinchis. Poesía quechua contemporánea (1904-2022)”, ¿cómo operacionaliza los conceptos “rapto de la escritura”, “proceso”, y “zona literaria”?

Debemos entrar en una discusión franca sobre el quechua. Nosotros pensamos que el quechua es ágrafo, pero no es así, pues se trata de una lengua que se escribe desde 1560, con Fray Domingo de Santo Tomás, y para adelante con todos los catecismos, diccionarios, y el gran teatro quechua colonial y republicano. Esto quiere decir que existe una práctica de escritura. ¿Por qué “Ollantay” no terminó siendo la pieza representativa de la literatura peruana? Porque chocaba con algunas claves de la literatura, como son la autoría y el estar escrito en quechua. Eso mismo se traslada hasta el siglo XX. El estudiante universitario tiene problemas para reconocerse en la lengua quechua. Eso es “el rapto de la escritura”: Los escritores descubren que en quechua pueden expresarse mejor que en la lengua que aprendieron.

José María Arguedas, por los años 30, discute la posibilidad de esa escritura. Él mismo, después escribirá en quechua varios textos poéticos. El tema es cómo te educas en la escritura de una lengua. Pero, la escritura en castellano de esta lengua no te es suficiente. Esta historia comienza en 1904, cuando Tarmap Pacha-Huaray publica los primeros poemas en quechua tarmeño. Más tarde, en 1955, aparece un núcleo fuerte, en el que está Killku Waraka, que decide que las versiones que se dan deben ser solamente en quechua. Killku Waraka es un gran poeta, que junto con la poeta Kusi Paukar, publica en 1956. Hay un rapto, una indefinición. Para entonces, Arguedas se va acercando más a pensar que la escritura en quechua es posible. Si volvemos sobre “Los ríos profundos”, sobre el adolescente Ernesto, que escribe la carta de amor, él se pregunta ¿qué pasaría si la escribo en quechua? ¿me escucharía? ¿será posible? He ahí el problema de todo el siglo XX. Por eso, los poetas aparecen tardíamente. Poetas como Porfirio Meneses, Teodoro Meneses, se consagran recién a fines del siglo XX.

Por Juan Antonio Bazán

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