Queda clarísimo. A lo que han asistido los peruanos durante estos veinte últimos años de borrachera de corrupción y frenesí de escandalosos enriquecimientos con derroche de lujos y desenfreno de toda naturaleza, es a la victimización de los izquierdistas quienes se presentan falazmente como opción política para salvar a los menesterosos del abuso de los ricos.
Luis García Miró Elguera
Los peruanos soportamos demasiadas prepotencias y abusos de esta clase política encaramada en el poder, que se arroga condiciones que superan los límites de sus actividades dentro de un Estado de derecho, teóricamente sometido al régimen democrático, como lo establecen tanto la Constitución como las leyes.
Queda comprobado que la Fiscalía de la Nación es una entidad que opera al margen de la Constitución y las leyes, y se guía exclusivamente por el ungüento político del momento y al titular del mismo.
Alguna vez –concretamente en los primeros años del Tercer Milenio– el impulso que tomó nuestro Estado (hasta ese momento, insignificante aunque no corrupto) como consecuencia de las primeras reformas estructurales adoptadas por Fujimori a finales de los noventa, dio la sensación de que esa propulsión continuaría acompañando al progreso nacional.
La aún Fiscal de la Nación Patricia Benavides fue suspendida de un día para otro, sin exposición de motivos ni razonamiento específico, por la infausta Junta Nacional de Justica (JNJ), que prohijó el corrupto Martín Vizcarra. Benavides rechazó la decisión de la JNJ, negándose a responder los cuestionamientos en su contra.
La temperatura política ha llegado a la canícula, en lo que va del régimen que lidera Dina Boluarte. Hoy ya es evidente –salvo que la mandataria declare sinceramente la verdad sobre los relojes y joyas que durante estos recientes meses ha venido luciendo y hoy esconde inútilmente– que la opinión pública y los escasos seguidores que le quedan le estarían dando la espalda.
Informar con la verdad en el Perú es cada vez más difícil, porque el envilecimiento de las fuentes informativas ha llegado a tal extremo de corrupción, que resulta un verdadero laberinto, un dédalo, una maraña descifrar la verdad de la mentira, siempre envuelta en papel dorado para engañar.
A lo largo de lo que va del siglo veintiuno, con excepción de un breve interregno durante la gestión gubernativa del segundo gobierno de Alan Garcia, los restantes diecinueve años el Perú ha estado sometido a las redes criminales de la mafia caviar que, a través del omnipotente manipulador de países tercermundistas, George Soros y su camorra de representantes en el Perú –comenzando por Gustavo
La presidente Dina Boluarte, además de no tener palabra de honor, ha demostrado tan insoportable desprecio por la opinión pública, que la descalifica como primera figura de la República.
Días atrás tratamos el proyecto de la Nueva Carretera Central NCC, concluyendo en que hablamos de una nueva arremetida de la corrupción para seguir drenando el dinero de los peruanos, disfrazado de proyectos que finalmente costarán el doble o triple de lo que corresponde, sólo para mantener al Perú en el statu quo de la corrupción.
Daría la impresión de que la propia presidenta Dina Boluarte estuviera tentando al diablo, para ver hasta cuándo sobrevive en este vano intento por mantenerse en el cargo sin aclarar su cada vez más comprometedora situación legal, política; incluso personal.
El choque entre nuestros poderes del Estado sigue corroyendo el escaso sedimento democrático y magro Estado de Derecho que aún queda vivo en nuestra traumada sociedad.
Los caviares siguen arremetiendo contra el Estado de derecho, la Ley y la Constitución. Pero esta vez, apelando a medidas ya no solo ilegales sino inconstitucionales.
Los caviares siguen arremetiendo contra el Estado de derecho, la Ley y la Constitución. Pero esta vez, apelando a medidas ya no solo ilegales sino inconstitucionales.
La política peruana, particularmente a partir de la vacancia de Fujimori, seguido de Kuczynski, Vizcarra y Castillo, es una mascarada de piruetas, todas inútiles, con el propósito de sobrevivir un tiempito más, en grave detrimento de la calidad de vida de la ciudadanía y en descrédito –cada vez más hondo– de la manera como ahora se hace política en este cada vez más desamparado país.
La inseguridad ciudadana viene cocinándose lenta –pero consistentemente– desde hace años.
La corrupción nunca ha estado ausente en los vaivenes en el Perú. Es más. A partir de los años cincuenta del siglo pasado, empezó a instalarse entre nuestra sociedad un impulso por desarrollar el Perú, progreso que no dejaría de estar relacionado a determinado grado de corrupción, sin que esto constituye la excepción a una regla más o menos uniforme de carácter mundial.