La primera línea es un documento de reafirmación. Los poetas congregados estuvieron, durante la pandemia, defendiendo la vida con sus palabras.
Harold Alva
Escritor, editor y analista político. Ha publicado una veintena de libros, entre los que destacan Lima: la épica del desastre (2012) y Ciudad desierta (2014). Dirige los Seminarios Abiertos de Formación, Editorial Summa y el Festival Internacional de Poesía Primavera Poética.
Nunca, como ahora, la poesía ha sido más poderosa y efectiva. Hemos llegado al octavo año de la realización del FIP Primavera Poética y, como en aquel lejano 2013, la motivación por alumbrar con el lenguaje la moviliza el respeto y la admiración por nuestros maestros.
El padre de mi amigo Iván Adrianzén Sandoval tiene covid. Si bien yo utilizo las redes, hace varios años las limité a una función informativa sobre temas de interés público: promoción de actividades culturales y análisis de la coyuntura política. Por eso, rara vez utilizo el MSN o me sirvo de los comentarios para iniciar diálogos con alguien.
Todas las semanas, me reúno con el politólogo Juan Antonio Bazán y el crítico literario Luis Miguel Cangalaya, ambos editores del suplemento Contrapoder, que publica Expreso, cada quince días.
He terminado de leer “Metamemorias”, el último libro de Alan García Pérez. “No sé qué ocurrirá después, pero sé lo que debo hacer”, afirma en la última página, antes de citar a Shakespeare y Seoane. Conmovedor y trágico.
El 2003, con el poeta Jorge Espinoza Sánchez publicamos Perú Lee, una colección de literatura conformada por veinte títulos, de los cuales cada título vendimos a un sol. Fuimos dos escritores con el sueño de acercarnos a lo que realizó Manuel Scorza con Populibros y Barrantes Lingán con los Munilibros.
Uno de los primeros poetas que leí fue Antonio Gamoneda, “Descripción de la mentira”, “Lápidas” y “Libro del frío”, fueron el eco que acompañaron mis todavía tempranos diecisiete, cuando en Trujillo, con la tutoría de Juan Paredes Carbonell, aprendí a leer a los surrealistas.
Hace quince años publiqué “18 poetas latinoamericanos”. Un acercamiento, en 118 páginas, a una vertiente que pretendió ser hegemónica no solo en lo estético sino también en “lo canónico”. Salvado por las raíces de una tradición que concibe al poema como una construcción que, lejos de aislarse, comunica; retorné mi atención a nuestros clásicos.
En el segundo gobierno de Alan García, dos de nuestros más grandes escritores enfermaron: Miguel Gutiérrez y Mario Vargas Llosa. A Mario Vargas Llosa le envió sus edecanes para lo que necesite, la esposa de Miguel Gutiérrez tuvo que acudir a la prensa para conseguir una cama en el Almenara.
Cuando era niño esperaba la noche del 24 para agradecerles a mis padres por su bondad, observaba el árbol o el nacimiento y era como si la felicidad llegara en la sonrisa de mis hermanos que, como yo, los abrazaban con fuerza. Este año fue la undécima navidad sin papá, por eso fui a buscarlo en los ojos de mi madre que generosa me pidió que vaya para abrazarla.
Un poeta debe ser el universo afirmándose en un cuerpo, de allí esa cualidad para sentir por todos y estar atento a todo lo que pasa. Por eso cuando dice “agua” siente como si se tratara del río que baja por las montañas y cruza laderas para tocar el mar; por eso cuando se enciende, en sus labios palpita el fuego y, con el fuego, el vapor que marca a quien le habla.
El artista siempre logra plasmar una dura realidad en una esperanza viva y llena de colores, una esperanza que florece a pesar de la dificultad. En suelo ayacuchano y en todo lugar, “la naturaleza, la vida y todo lo que rodea al artista, y la vida de su alma, son la única fuente de cada arte”. Según Kandinsky. Eso es el arte, una actividad humana esencial que se impone ante la oscuridad.
Ayacucho, cuna de la libertad de América Latina, inaugurará este 2020 su IV Feria Internacional del Libro. La FILAY, fundada por Willy Del Pozo, actual presidente de la Cámara Peruana del Libro, se ha caracterizado por tener como invitado especial a un país, cada año.
“Cuídate de la silenciosa en el desierto” escribió Pizarnik en su famoso Árbol de Diana. La imagen llega ahora que he terminado de leer “Delgadísima nube”, el libro de Tatiana Berger. Una profunda obra que en sus diez poemas nos entrega una lección para cuidar el lenguaje.
Imagine al escritor frente a su computadora con los dedos sobre el teclado derrotando a la página en blanco. Imagínelo, de nuevo, al día siguiente, con los ojos afilados podando lo escrito como quien hace un ejercicio de reconocimiento o “como quien regresa al lugar del crimen”, César Calvo dixit.
“Eh, te pregunto ¿Por qué no le dices a Richard para sembrar arbolitos?” Me sugirió el poeta Leopoldo Castilla, el 2016, en Huánuco. Celebrábamos el IV FIP Primavera Poética. Gracias a la gestión del joven teniente alcalde Richard Borja, descentralizamos el festival. Cuando se lo comenté no dudó un instante y me dijo tener el lugar apropiado.
El 2020 será recordado como el año de la pandemia: todos hemos perdido a un familiar o a un amigo, muchos nos infectamos, muchos fuimos asaltados por la incertidumbre y por el miedo. Sin embargo, “Todo, menos morir”, la máxima de Martín Adán se erigió como una bandera de resistencia. La amenaza invisible pretendió silenciarnos, pero la poesía nos devolvió la voz.
Una de las tribunas más importantes y consolidadas durante la pandemia es la Cátedra Bicentenario. El espacio promovido por la Asociación Bicentenario 2021, que preside el constitucionalista Raúl Chanamé Orbe y que congrega a intelectuales, embajadores y juristas, sábado a sábado, nos presenta temas que bien podrían reunirse como quien configura la memoria de nuestra república.