¡Solo se puede engañar una vez a los electores! Transfuguismo: un proyecto con mensaje contradictorio
Propuesta pretende legitimar la traición bajo la excusa de la estabilidad parlamentaria.
La Comisión de Constitución y Reglamento del Congreso aprobó por mayoría un proyecto de ley que busca frenar el transfuguismo parlamentario, es decir, el cambio de congresistas de una bancada a otra.
El proyecto, sin embargo, permite que los parlamentarios puedan hacerlo por una sola vez. Una medida que, desde la perspectiva del elector, resulta abiertamente inmoral y profundamente contradictoria.
Cuando un ciudadano vota, no lo hace únicamente por la persona del candidato. Su decisión responde a ideas, propuestas, un plan de gobierno y a la confianza depositada en el partido que lo respalda.
El voto no es un cheque en blanco; es un compromiso político y ético. Con esta norma, lo que en realidad se le dice al votante es: “Una sola vez te voy a defraudar, una sola vez seré infiel, una sola vez pondré mis intereses personales por encima de los tuyos”.
Esta es la traducción más honesta del proyecto que pretende legitimar la traición bajo la excusa de la estabilidad parlamentaria.
La sanción que debería aplicarse
El transfuguismo debería ser sancionado con firmeza. No basta con impedir que el congresista tránsfuga ocupe cargos en comisiones o en la Mesa Directiva: lo coherente es que pierda la bancada, porque ya no representa a quienes lo eligieron.
La representación política es un contrato de confianza, y quien lo rompe debería asumir las consecuencias.
Más bancadas, más inestabilidad
El problema no es menor. Cada cambio de bancada no solo refleja una traición moral, sino que también genera inestabilidad política.
La fragmentación del Parlamento multiplica las bancadas, eleva los costos de funcionamiento en asesores, oficinas y personal administrativo, y complica la formación de consensos.
Paradójicamente, la norma que dice buscar “estabilidad” podría institucionalizar la inestabilidad.
El transfuguismo, además, erosiona la democracia al minar la confianza de los ciudadanos en sus representantes. Cuando la población percibe que el voto otorgado carece de valor porque los congresistas pueden moverse a conveniencia, la consecuencia inmediata es el desencanto, la desafección política y el debilitamiento de las instituciones.
La traición, aunque legal, sigue siendo traición
La historia reciente del Congreso peruano es clara: en cada legislatura hemos visto congresistas que, como saltimbanquis, han pasado de una bancada a otra en busca de ventajas personales. Ese comportamiento no solo ha degradado la imagen del Parlamento, sino que ha convertido la política en un espectáculo vergonzoso.
La ciudadanía observa con indignación cómo la voluntad popular se convierte en moneda de cambio dentro de acuerdos que nadie votó ni legitimó en las urnas.
En otros países, el transfuguismo tiene consecuencias severas. En algunas democracias parlamentarias, el legislador que abandona el partido con el que fue electo pierde su escaño, porque se entiende que ese puesto no le pertenece individualmente, sino al colectivo político que representa.
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Este modelo refuerza el vínculo entre partido y elector y protege la esencia de la representación popular.
No se puede pedir matrimonio prometiendo fidelidad y añadir: “solo te engañaré una vez”. El Congreso, si quiere recuperar el respeto ciudadano, no puede legislar en función de sus acomodos futuros.
Debe recordar que el mandato no es un privilegio, sino una responsabilidad que se ejerce con lealtad a los principios y a la confianza del pueblo.
El transfuguismo, aunque se disfrace de legalidad, seguirá siendo lo mismo: una traición. Y la traición, aunque se limite a “una sola vez”, nunca dejará de ser inmoral.
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