La corrupción como parte de nuestra política
Se trata de un lastre histórico que arrastramos con todo su peso y que viene en cadena de gobiernos pasados.
Una de las interrogantes más importantes que se plantean una gran mayoría de peruanos, es por qué a pesar de todo lo que ha acontecido en nuestro país en materia de corrupción e impunidad, estas actividades siguen siendo los factores más negativos que no solo caracteriza a nuestra sociedad en su conjunto, sino que de una u otra manera rigen los destinos de nuestra nación en materia de acciones públicas. Hablamos de una serie de componentes y factores de por sí negativos y hasta contraproducentes, que son en muchos casos los que definen nuestra ruta histórica como nación y sociedad, más allá de si se trata de un régimen de gobierno de izquierda, del centro o de derecha.
Libertinaje a prueba de todo
El fetichismo de la corrupción y la impunidad como su corolario, por encima de cualquier ideología política, por más convincente que sea siguen siendo los componentes que más influyen en la política nacional, y en las respuestas que el Estado suscita sobre el particular.
Un escenario de libertinaje casi absoluto y a prueba de casi todo, que patrocina a los corruptos y a los que los secundan para que puedan confrontar graves y agudas acusaciones, y a la misma vez, no hace otra cosa que permitir que continuemos transitando por una senda sinuosa y sin objetivos, que en la práctica hace imposible que como nación podamos seguir hacia delante en la búsqueda de un mejor futuro para todos los peruanos y en especial para las nuevas generaciones.
Hermanas gemelas
Me refiero a que la corrupción y su hermana gemela la impunidad que siguen siendo entre nuestros males, posiblemente los peores, porque poco hemos aprendido de nuestro pasado respecto a estos problemas. Una corrupción que envilece y degrada la democracia como sistema de gobierno en la que se supone que todos los peruanos somos iguales ante la ley, porque suscita la impresión que quienes le sacan el mayor provecho son los corruptos que siempre alegan como medio de defensa que lo que impera es el respeto al Estado de Derecho, en tanto que si no existen pruebas nadie puede ser condenado aun cuando los delitos que se imputan pueden ser particularmente graves.
Una nación en la que las decisiones giran en gran medida alrededor de la corrupción y toda su secuela de problemas, dudo que puede tener un futuro claro a la altura de los nuevos desafíos y necesidades que plantea un mundo global cambiante.
Tránsito a la corrupción
Existen evidencias suficientes que denotan que la política en nuestro medio y de manera particular su propia práctica, se ha convertido en uno de los mejores medios a través del cual se conduce y transita la corrupción. Se trata de un lastre histórico que se arrastra con todo su peso a través de la corrupción en gobiernos pasados. Una dimensión de la corrupción política que la aceptamos como algo casi normal y resultado de nuestra propia realidad cotidiana. Una realidad en la que resulta a veces difícil separar a los verdaderos corruptos de los que no lo son corruptos, en lo que se refiere a la comisión de actos funcionales reñidos con la moral pública, como respecto a la grave omisión de funciones que resulta igualmente grave y dañoso para la sociedad.
Negocio rentable
Una fórmula de repartija respecto a quien le saca mayor provecho al patrimonio nacional en un determinado momento, y de que manera se puede quedar libre de las imputaciones. Un negocio en materia de corrupción incluso rentable con la presencia de fortunas y capitales que se obtuvieron a través del ejercicio de la función pública y su alianza con otros intereses.
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Una corrupción que ha dejado de ser un problema legal y delictivo en términos residuales, para convertirse en un problema político de primer orden que se encuentra por encima de cualquier tipo de contingencia o adversidad social. El desempeño de las políticas partidarias convertidas en un cúmulo de propuestas poco reales y nada convincentes. Un recreo verbal plagado de discursos y alegorías que preconizan la lucha contra la corrupción como parte de la alocución sistemática, para efectos de que todo siga siendo lo mismo con la diferencia de una nueva fachada. Me refiero a la gran corrupción en el ejercicio de la política y sus nexos causales, para fines de que la conducción y su ensamblaje siga siendo el mismo. Señalo que no solo se trata de las agrupaciones políticas o de sus líderes en algunos casos más representativos, sino de los grupos de poder económico, las empresas trasnacionales y nacionales, las élites que subyacen detrás de los gobiernos, y todos aquellos componentes que se esconden bajo el manto de la democracia.
Juego de promesas
En realidad resulta difícil hacer una diferencia entre política seria y corrupción soterrada, en tanto que ambas actividades en muchos casos resultan siendo parte de un mismo juego de promesas y ofrecimientos incumplidos.
Mientras tanto, se promulgan leyes contra la corrupción, como si los planteamientos jurídicos en abstracto lograran obtener resultados prácticos. Se enarbolan todo tipo de propuestas como los mejores remedios contra este flagelo; se derogan o modificarán las disposiciones anteriores para hacerlas más llamativas, rimbombantes y sugestivas; por allí, se dispone una que otra detención contra algún corrupto importante que puede haber caído en desgracia. Sin embargo, en el trasfondo los resultados siguen siendo los mismos: el paso del tiempo será siempre el mejor aliado para que la gente se olvide de los grandes casos de corrupción, o en todo caso, se superpongan con otros de más reciente data dependiendo de la intensidad de discurso y que tan importante es distraer a la opinión pública.
Tanto es así, que no se requiere que pase mucho tiempo para que un nuevo caso de gran corrupción vinculado con el ejercicio de la política se haga de conocimiento público.
Hoy por ti, mañana por mi
Lo cierto es que las nuevas medidas de coerción para los casos recientemente descubiertos, con el paso del tiempo irán siendo atenuadas como parte de una estrategia de impunidad de larga data, para fines de adecuarse a una nueva realidad política como parte de un mismo juego político. Hablamos de aquella metáfora tan conocida que refiere: “hoy por ti mañana por mí”. Mientras aparecerán aquellos que señalan que se trata de una persecución política como parte del mismo discurso entre denunciantes y denunciados, mientras se consolidan nuevas posiciones con miras a lograr otra vez la consabida impunidad en el ejercicio de la función pública. Si algo habrá cambiado, será como haber logrado que cada vez sea más compleja y enrevesada la misma corrupción. Al poco tiempo, todo volverá a la consabida normalidad, sensatez y cordura para actuar, como si nada hubiera pasado y solo se trata de malos recuerdos en el devenir de la política. La demagogia, la gran elocuencia y otras fórmulas quimeras a las que estamos tan acostumbrados, irán estrechamente entrelazadas de la misma mano, siempre como parte de una misma disertación locuaz que referirá que existe una férrea voluntad política si de lo que se trata es luchar contra la corrupción.
Por Luis Lamas Puccio
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