Huestes terroristas desataron un genocidio en Sachabamba | INFORME

Por Italo Oberto-Besso

“Miserables, soplones, traidores a la causa, los hemos encontrado, morirán como carneros degollados”. Aquellos gritos amenazantes, que anunciaban la matanza que sucedería en unas pocas horas, rompió la oscuridad de la noche del 15 de noviembre de 1984. Los terroristas entraron a la comunidad, mientras la población ya dormía.

Con aquel grito de guerra las huestes terroristas iniciaron la sangrienta jornada en Sachabamba, al sur de Huamanga, una de las más salvajes masacres que cobró la vida de 51 campesinos.

Los viles asesinos ingresaron con violencia a las primeras casas de la comunidad y empezaron su cruenta jornada: degollaban y disparaban a cuanto ser humano encontraban, ebrios de alcohol y brutalidad. Las víctimas aún somnolientas ni siquiera pudieron reaccionar ante la brutal violencia.

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“Vi cómo a mi padre la cogieron y cosieron a puñaladas y cuando se defendía le clavaron un pico en la cabeza. A mi madre la degollaron. Dos hombres la sujetaron de los brazos y de los pies, mientras una mujer reclamaba una y otra vez el cuchillo, para luego decapitarla. A mi hermano le amarraron las manos con su propia chalina y lo sacaron al patio”.

Así lo relató en quechua Mardonia Padilla Cuba, de apenas 16 años, a los periodistas que llegaron a la zona tras la masacre y contó cómo sus padres Alejandro Padilla Curo y Cerefina Cuba, y su hermano de 19 años eran asesinados.

LAGUNA DE SANGRE

Ella y su primo, Manuel Cuba, salvaron de morir, al desmayarse cuando eran acuchillados.

“A mí, un hombre robusto me cogió de los cabellos y me tiró de cara al suelo y comenzó a cortarme la espalda, después el cuello. En esos momentos, me desmayé. Luego desperté al lado de mi madre que estaba en medio de una laguna de sangre”, contó, según la noticia publicada en el diario El Comercio.

Los gritos de las víctimas y las amenazas de los victimarios alertaron a buena parte de los pobladores que lograron huir.
Manuel Cuba también contó su versión.

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“Cuando la gente nos sacó de la vivienda vimos en la calle 26 muertos. Todos eran vecinos de las seis casas vecinas a la nuestra. Estas viviendas habían sido quemadas. Los asesinos se llevaron ropa, víveres, radio y dinero”, contó.

Aquellos niños, al verse rescatados, se encontraron con la peor pesadilla que pudieron haber tenido, convertida en realidad dolorosa. Sin padres, sin tutores, sin una comunidad a la cual sentir viva.

El pequeño Manuel dijo también que vio a una madre que había sido degollada junto a su hijo de dos años. A los dos les habían traspasado con una barreta. Estaban clavados en el suelo.

A otro vecino le habían sacado la cabeza, destrozándola con una piedra, contó el pequeño Manuel.

Según los testimonios de esos pequeños, los terroristas eran cinco hombres y dos mujeres y el objetivo de los subversivos era asesinar a todo el pueblo.

DESGRACIADOS

“Hay que apurarnos para terminar con toda la población. Ninguno de los desgraciados de Sachabamba se va a escapar”, decían, según Mardonia. Ellos hablaban en quechua, que no era de Ayacucho, y una de las mujeres hablaba en castellano y usaba jeans.

El pequeño Manuel dijo que en la vivienda que se encontraba en la parte posterior de la suya se escucharon gritos desgarradores. Allí un hombre con voz ronca preguntaba por Vicente Vega, entonces agente municipal de Sachabamba.

Al día siguiente, cuando los asesinos abandonaron la comunidad el cuerpo de Vicente Vega fue encontrado destrozado junto a los cadáveres de su esposa y sus seis hijos.

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