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Virtualidad y presencialidad

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Fecha Publicación: 18/03/2022 - 22:00
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Por Willy Terry Sáenz

En estos tiempos distintos es familiar involucrarnos con los términos virtualidad y presencialidad; no solo en el quehacer cotidiano, también en los colegios, en las universidades y en el trabajo; pero es en este último rubro en el que las contradicciones se ponen de manifiesto y derivan en funestos despropósitos, sobre todo en lo que respecta al trabajo artístico.

Es por todos sabido que este sector laboral ha sido el más golpeado y menos considerado en toda esta etapa de pandemia; hoy me referiré al mercado laboral criollo; aquel contingente artístico que sabe que el amor al arte existe, pero de la mano de un estipendio; aquel que demostró y sigue demostrando entereza frente a la adversidad; además de un espíritu solidario y de preocupación hacia los demás, lo cual ha hecho posible la formación de colectivos y shows grupales adecuándose a las circunstancias.

Las restricciones se convirtieron en vallas que finalmente fueron liberadas por nuestros hermanos artistas; juega un papel fundamental la nueva generación, jóvenes que aliados de tecnología y entusiasmo dieron el ejemplo y empezaron a proponer recitales, tutoriales, clases particulares, conciertos virtuales y otras fuentes de trabajo adicionales.

Los mayores los seguimos y con alguna dificultad logramos alinearnos; pero transcurrieron dos años y el balance nos indica que en muchos casos se perdieron los estándares; aquella prolijidad inicial fue desapareciendo y se convirtió en una rutina de mediocridad. Empezamos a convivir con una virtualidad sin filtros, sin producción, sin control de calidad y sin consideración a lo más valioso de nuestro feedback artístico, el público.

Conviene una revisión de lo avanzado hasta hoy en cuanto a shows virtuales y ahora presenciales, preguntarse si todo lo que se canta, se toca o se baila tiene necesariamente que ser compartido en redes, como saber qué cosa va y qué cosa tiene que esperar su momento. El negocio no es ganar en las entradas, es dejar al público feliz.
La música criolla siempre necesitó de este análisis; más allá del improntus, del estado natural, de la expresión, del repentismo, de lo alegre y festivo que puede ser nuestro modus vivendi; el barrio, el solar, el callejón; esa bendita dosis de formalidad que tanta falta le hizo a nuestra historia musical y por ende a nuestra herencia cultural.
Quizá sea un tema álgido y controversial, pero arriesgo y propongo una reflexión.

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