Sesgos cognitivos
Hace nueve años, el Premio Nobel de Economía, Daniel Khaneman, en su libro Pensar rápido, pensar despacio (2011) señalaba que el cerebro presenta estas dos formas de pensamiento. Y utilizamos ambas, ciertamente. A veces pensamos lento, por ejemplo, cuando queremos resolver un ejercicio, de manera deliberada y lógica. Otras, pensamos rápido –o procuramos hacerlo–, por ejemplo, cuando tenemos que tomar una decisión. En este último caso, se trata de un pensamiento instintivo y emocional.
En gran medida, nos acostumbramos a los atajos para llegar a conclusiones. Cuando hacemos de esos caminos cortos una constante sin uso de la razón aparecen los sesgos cognitivos como procedimientos que desvían el proceso mental de la lógica. Es decir, terminamos yendo por otros caminos aparentemente correctos, pero que en realidad que no responden a la razón, aunque nos hagan creer que sí estamos actuando conforme a ella. Es una especie de atajo que permite llegar a conclusiones rápidas en situaciones donde ser veloz es mejor que ser preciso, aunque no sea racional.
Algunos de estos sesgos cognitivos están determinados por acciones que, incluso, no nos percatamos en primera instancia. Por ejemplo, el sesgo de ajuste y anclaje nos marca un punto a partir del cual nos obliga a tomar decisiones desde un patrón impuesto por otro. El sesgo de disponibilidad limita nuestras decisiones a lo que tenemos a nuestro alcance y no nos permite ir más allá de lo conocido.
El sesgo de representatividad nos conduce a tomar decisiones por prejuicios de lo que la mayoría dice o por la influencia de lo que sea lo más representativo en nuestra mente. En cualquiera de los casos, nuestras acciones están motivadas por esos sesgos cognitivos que desplazan a la razón. Por eso, tomar decisiones adecuadas, esa difícil tarea que no aprendimos bien, es ahora tan urgente y necesario.