«País de nieve», de Yasunari Kawabata
“País de Nieve”, publicada en 1948, pone de manifiesto el lenguaje envolvente de Kawabata, que logra, con un talento sorprendente, hacer vívidas muchas de sus escenas, sobre todo, en la primera mitad de la obra. La novela nos habla de Shimamura, quien es oriundo de Tokio, se trata de un hombre joven y guapo, de gran fortuna, la cual dilapida viajando y pasando ratos de ocio. No se encarga de realizar ningún trabajo, salvo el de escribir ensayos de arte, donde habla de técnicas occidentales que nunca ha visto pero sobre las que se encuentra bien documentado, como el ballet europeo. Le gusta visitar los pueblecitos de las montañas de Nigata, en los que la vida transcurre de manera contemplativa, y donde puede detenerse a conversar y a mirar todo al detalle. En una posada de aguas termales, durante el invierno, descubre a una muchacha singular, cuyo nombre es Komako. Se trata de una mujer bella y hacendosa, pero aficionada al alcohol, que se dedica a aprender el oficio de geisha, para lo cual ensaya largas horas, tocando diversos instrumentos, cantando y aprendiendo pasos de baile. Es una chica meticulosa, lo mismo que Shimamura, y como tienen afinidad por los pequeños detalles, por el arte y la actuación, ella se enamora perdidamente de él. Sin embargo, Shimamura solo siente cierta atracción y curiosidad. Para él, Komako es solo un pasatiempo interesante y extraordinario. Además, es casado, pero eso le tiene sin cuidado.
Komako tiene mucho de los personajes de Dostoievski, pues es un cúmulo de contradicciones: por un lado, ama al forastero inútil que llega a verla cada cierto tiempo a la montaña, y se lo demuestra con gestos desesperados, con una risa que tiene mucho de alocada y perdida, y, al mismo tiempo, lo odia por jugar con ella y se odia a sí misma por quererlo. Esta situación falsa la lleva al borde mismo del suicidio. Shimamura siente extrañeza ante la manera tan profunda de amar de la muchacha y se pregunta cómo es capaz de ello, ya que él solo puede demostrar ante el mundo la más absoluta indiferencia. Ella quiere dejarlo, lo intenta varias veces, pero siempre para volver de inmediato. Por fin, una catástrofe, un hecho inesperado, les hace comprender a ambos lo imposible de la relación y se separan, casi inadvertidamente. Y tenía que ser así: Shimamura es solo una veleta desarraigada, incapaz de seguir un ideal, incapaz de vibrar con nada. Mientras ella es obstinada y leal, y, sobre todo, honesta. Es así como el destino bajo la forma de un accidente pone fin a su encuentro y a sus vacilaciones.
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