«Necios, corred»
Las elecciones generales en España del pasado domingo 23 de julio sorprendieron a todos. Mi querido tío abuelo Ramón, cartujo desde los 18 años, solía indicarme que el futuro solo está en manos de Dios. Sin lugar a duda, el domingo 23 de julio yo no estaba en la extensa lista que mi tío podría haber señalado como necios.
Los necios que creen saber el futuro son aquellos que se aferran a la ilusión de poseer una visión infalible de lo que está por venir. Guiados por la arrogancia y la falta de humildad, se convencen de que sus predicciones son certeras, obviando la naturaleza impredecible y cambiante de la vida. Desestiman la incertidumbre y los factores inesperados que pueden alterar cualquier predicción.
Atrapados en su propia vanidad, los necios creen que sus conocimientos y experiencias pasadas son garantía de acierto en el futuro. Desestiman la sabiduría de aceptar lo desconocido y se empeñan en profetizar resultados con una confianza ciega.
Vivimos en estos tiempos donde las encuestas son más un mecanismo de influencia y de captación de voluntades al servicio de su pagador que un análisis certero sobre la voluntad de voto. En España, una vez más, la realidad electoral ha sorprendido a todos los que creían en ellas. Desafortunadamente su peso y presencia en todos los medios de comunicación ha sido enorme, superando por goleada cualquier discusión de los programas electorales.
Sánchez escogió la fecha electoral con criterio, teniendo elementos de juicio que los demás desconocíamos. Como bien expresó Winston Churchill, “el futuro es tan incierto que llega a ser una fuente de inquietud”, y es en esta inquietud donde radica la verdadera oportunidad de crecimiento aprovechada por Sánchez.
La izquierda ha sido consciente durante toda la campaña de esta limitación del conocimiento siendo capaces de adaptar y evolucionar sus mensajes. Han aceptado la realidad, sabiendo que solo el tiempo revelará la verdad de lo que está por venir. En lugar de aferrarse a predicciones ilusorias, abrazaron la incertidumbre y aprovecharon cada día para crecer, aprender y contribuir a construir su bloque. Desafortunadamente lo hicieron bien y movilizaron con sus mensajes, especialmente el PSOE con casi un millón de votos más que en 2019. Hubo remontada por su parte, pero no victoria.
El partido ganador que estaba llamado a la gran victoria, a liderar el gobierno de cambio, prefirió anunciar ministros y ministerios, un dejar hacer algo molesto a mi parecer.
Cegado por su alternancia “inevitable”, despreció, especialmente la última semana, los indicadores foráneos que destrozaban sus expectativas y las de millones de españoles. Convirtió, con su discurso, en malo al que debería haber sido su socio natural. Blanqueó y legitimó a Sánchez con sus reiteradas invitaciones al pacto PP-PSOE. El principal partido político del peor gobierno que ha conocido España no debió ser nunca el socio preferido de Feijóo. Sus votantes no lo entendieron y los que le creyeron sus llamadas para parar VOX prefirieron votar al PSOE, al original.
Estoy seguro de que mi tío abuelo Ramón, el cartujo, diría que Dios quiere que hagamos las cosas mejor.
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