Momento de cambios
Conversando con un inteligente empresario –profesional preparado y conocedor de la realidad no solo en materia de su especialidad, sino con amplia perspectiva de las realidades económicas, legales y políticas del país– comentamos la falta de futuro para generaciones como la suya, por la coyuntura socioeconómica y la incongruencia de Estado que hemos construido, a lo largo de la última década del siglo anterior, y las dos primeras del Tercer Milenio.
Partimos de que, durante estos últimos treinta y tres años, él es testigo del desarrollo que ha experimentado el Perú -el mayor de su historia republicana- como resultado de la puesta en vigencia de la Constitución de 1993. El progreso ha sido indiscutible, sin pecar de exageración. Recordemos que, hasta el siglo anterior, la comunidad internacional consideraba al Perú un país incapaz de alcanzar el nivel de progreso que ha consolidado en muchos campos. Particularmente el de su economía.
Lamentablemente no ha sucedido eso mismo en el resto de las actividades. Como la Educación, que permanece ausente de todas las capas sociales porque, desde el golpe comunista de Velasco Alvarado, el magisterio sigue en manos de un sindicato comunista, que despotrica del progreso económico. Por tanto, esos factores han enervado el dinamismo, la experiencia, la capacidad intelectual y la visión que debió acompañar a una sociedad que llegó a instalarse en el umbral del desarrollo económico. ¡Casi superando el tercermundismo!
Lamentablemente, la llegada al poder de gobernantes infectados de corrupción; empezando por Ollanta Humala, hasta que temporalmente pasaría a ser un hombre rico; no por sabiduría y/o esfuerzo laboral propio, sino por corrupto; y algo semejante ocurrió con Pedro Pablo Kuczynski y Martin Vizcarra. Aquello marcó el divorcio del Perú con su trayectoria desarrollista hacia el crecimiento económico. Eso trajo como consecuencia un nefasto cambio de mentalidad entre las capas jóvenes, que habían venido preparándose para administrar ese afán de progreso que se había instalado en su país. Lamentablemente, tras los delitos de megacorrupción por los que vienen siendo imputados hasta hoy seis expresidentes de la República, vino al frenazo del progreso económico empresarial, afectando a una brillante generación nacida entre los años 1960 y 1990.
Este esquema desarrollista –basado en el predominio del sector privado– le quitó al Estado su rol constructor, regulador, fiscalizador y promotor de las inversiones. Se impuso para obligar al Estado a desprenderse del centenar de parasitarias, corrompidas empresas estatales, cuyas operaciones deficitarias le significaban miles de millones de soles anuales.
Paralelamente se estableció un programa de obra público-privada, donde el último sector reemplaza al Estado como promotor y ejecutor de proyectos, desde energía eléctrica, gas natural, carreteras concesionadas, corredores viales citadinos, etc., Lamentablemente, el sector Privado ha fracasado en este emprendimiento, corroído por la megacorrupción que antes carcomía al sector Público. Mi joven interlocutor cerro así, con broche de oro, su análisis: “Es hora de que el Estado reasuma su rol como responsable de contratar y supervisar la construcción de las obras públicas, y el sector privado se aboque a dinamizar su espacio, hoy día bastante perjudicado".
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