Hoja de vida
Era 1972, en Bolivia, un país cobijado entre montañas, en una clínica metodista, por puro azar, nació Gabriel Chávez Casazola. Desde entonces se dedica en cuerpo y alma al maravilloso oficio de la escritura. Por esas inexplicables razones, él es un asiduo visitante del Perú, y su mirada bosqueja en cada despedida la nostalgia de quien ya extraña suelo peruano. En setiembre del año pasado, en el marco del Festival Internacional Primavera Poética, nos compartió sus poemas y la semana pasada volvió a hacerlo al presentarnos su libro “Hoja de vida” en la Casa de la Literatura.
“Hoja de vida” es mucho más que una antología, es una extensión de la palabra bien trabajada, una invitación a disfrutar y degustar la profundidad de versos arropados con una original musicalidad, cuya armonía lo resalta y lo eleva mucho más. Al leer el libro nos trasladamos a campos con tierra fértil. Gabriel es un cuidadoso labrador de mensajes. Labora a jornada completa con sobretiempo incluido para entregarnos versos bien elaborados, como decimos aquí “pura carnecita”, a tal punto que nos embelesamos con la lectura de sus poemas: “Los dioses diminutos y traviesos / de la lluvia en verano o del agua cayendo / desde la regadera, / la diosa de la acequia en una vieja huerta / que aún frecuenta mi infancia, / las diosas del estanque o de la alberca”. Hace brillar el timbre de su voz, y la melodía de sus poemas transita con facilidad de una tesitura aguda a una grave exaltando la belleza como una muestra de agradecimiento y ofrenda a la vida.
Gabriel hace que la palabra fluya con quietud como trazando la ruta para mostrarnos los pormenores del secreto para construir las cascadas por donde susurran sus poemas. Mientras que para nosotros los mortales de a pie, es difícil construir hermosos versos él los hace con admirable naturalidad: “En tiempos de mi abuelo las familias / eran grandes / vivían en grandes casas —grandes o chicas, / pero grandes, / inclusive diminutas, pero grandes”. Aquí el poeta esculpe con fineza el alma del lenguaje haciendo vibrar la palabra con una intensidad para alcanzar la frecuencia donde el corazón del lector pulse más allá de los límites de latido permitido.
Tenemos pues la suerte de leer a Gabriel y me permito decirles que vayamos acostumbrándonos a los destellos de infinita belleza en su muy buena poesía. Así alumbra la obra de Gabriel, así es el brote de vida de sus versos y “Hoja de vida” es el pergamino tejido con los hilos del tiempo, es obra trabajada con sudor y la divisamos como a huellas que la alborada traza para abrir nuevos caminos.
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