Dime con quién andas….
El destape -y posteriores evidencias- del escándalo Odebretch ha sido un misil nuclear que ha fulminado el prestigio de toda la clase política –centro, derecha e izquierda- y asimismo ha dinamitado la honra del empresariado nacional. El daño por tanto ha sido colosal para el Perú. Porque aparte del perjuicio moral –devastador en un país pobre y extremadamente informal como el nuestro-, está el menoscabo económico derivado del asalto al Estado perpetrado por los facinerosos implicados en el caso Lava Jato. Estos acabaron forzando al Perú a financiar obras faraónicas, absolutamente inútiles, para así cobrar comisiones y asimismo robarle al Fisco miles de millones de dólares en sobornos cruzados que cada día saltan a la palestra pública como conejos de chistera. Sin duda en esta atormentada coyuntura destaca la sorprendente –por decir lo menos– declaración del presidente de Credicorp, a través de la cual reconoce haber entregado en el 2011 –en billetes– US$ 3’650,000 a Keiko Fujimori. Entrega que jamás fue declarada –se sobrentiende– ante las autoridades a cargo de fiscalizar las entidades financieras. Obligación que le correspondía a Credicorp, la propietaria del Banco de Crédito y otras empresas afines a la banca y seguro. El calado de semejante operación encubierta, repetimos, hizo añicos esa necesidad de confianza que debe depositar la sociedad en sus sector bancario, evitando su impudicia como ha ocurrido acá. Sobre todo porque se trata de una megainstitución –propietaria del banco más grande del país– cuyo prestigio debe estar por encima del más ínfimo recelo sobre prácticas secretas que alarmen al público respecto a cualquier duda sobre la conducta de sus directivos. Como lamentablemente ha sucedido. Desde que la máxima autoridad de Credicorp ha procedido como elefante en cristalería, quebrantando con torpeza la imprescindible fe de sus clientes, accionistas, funcionarios y, a no dudarlo, de la propia opinión pública.
Desde su fundación, el imaginario ciudadano ha guardado plena confianza en el Banco de Crédito, convencido de que siempre ha procedido guiado por la ética y por las prácticas más estrictas. A lo largo de su más que centenaria existencia, las autoridades del BCP han actuado con gran inteligencia para asegurar la indispensable imagen de transparencia que demanda la credibilidad de toda sociedad en una entidad financiera. Sin embargo, en estos últimos años, el BCP ha desatendido un aspecto igualmente indispensable en tiempos como los actuales, donde el gobierno, así como algunos medios de prensa, han preferido alejarse del rigor, de la ética, la legalidad, la imparcialidad e incluso de la Constitución. Esto lo comprobamos a diario. No obstante, pese a ello, el BCP ha optado por aparecer respaldando –con su presencia publicitaria y una obvia predilección de sus ejecutivos por brindarle declaraciones en exclusividad– a determinados medios, cuyo comportamiento presente dista mucho de aquella línea periodística decente, independiente y desapasionada que le imprimieran sus fundadores. Acaba de corroborarlo el actual presidente de Credicorp, avalando con una singular entrevista suya a un periódico maniqueo e intolerante que, aparte de cebarse con el traspié del entrevistado, viene generándole irreparables perjuicios al país.