Defender los derechos sin descuidar los propios deberes
Por Edistio Cámere
Todavía me acuerdo de la visita que me hizo, hace años, una periodista muy comprometida con las causas ecológicas. Cuando la llevé a mi huerto, consiguió pisar casi todas las plantitas que empezaban a brotar tímidamente. Ella seguía hablando incansablemente, y hasta que le dije: “Cuidado con mis zanahorias” no bajó la mirada, ni levantó el pie. Con los ojos orgullosamente fijos en el horizonte siguió hablando, impertérrita, de las ballenas. ¡Defendía las ballenas, pero aplastaba las zanahorias! (Tamaro, S., 2016).
Tiene razón Tamaro. Se suele defender ardorosamente grandes causas, a veces lejanas físicamente y otras que nacen de nuestro particular sentir o percibir… al tiempo que maltratamos, descuidamos o somos insensibles con las necesidades, ilusiones, dudas y preocupaciones de quienes caminan en nuestra vereda y coinciden en los mismos “paraderos”. Solemos exigir a otros que asuman sus responsabilidades y, sin embargo, no cumplimos cabalmente las que tenemos entre manos, olvidando que la observancia del propio deber es insumo para los demás.
Dicho relato manifiesta la actitud de las personas cuando son atrapadas subjetivamente por una causa o ideología, tienden a desenfocarse de las demandas acuciantes de su propio medio. En los entornos en los que cada quien se desenvuelve habitualmente, donde se encuentran los receptores de las decisiones y de los efectos de nuestros comportamientos y que, como personas libres, responden, interpretan, deciden y actúan ante ellos de modos diversos.
La trama de lo cotidiano es una realidad que suele olvidarse, de manera que, no pocas propuestas, aunque bien intencionadas y nacidas del corazón, no prosperan o mudan en obstáculo para otros. Así que gestionar y mejorar en el propio entorno no es una entelequia, ni expresión de buenos deseos, es el cauce donde se despliega en todo su apogeo la propia vida, donde cada quien es acogido, desarrolla su vocación y se realiza como persona, a condición que trabaja para mejorarlo, estableciéndose una especie de círculo virtuoso. En este sentido, se puede afirmar que el ejercicio del liderazgo personal encuentra su mejor patio de maniobras en el propio ambiente.
Ahora bien, la importancia de los ámbitos naturales no solamente permite que nuestros actos tengan un efecto en el otro, sino que además permite establecer bases sólidas para articular la sociedad. El síndrome de la defensa de las ballenas nos saca del cuidado y de la atención de nuestro huerto, otros cosecharán las zanahorias, y, al retornar de nuestra “emocionante aventura”, habremos desatendido el gobierno de nuestros ámbitos. Extraviada nuestra condición de pertenencia es difícil asociarse con otros pares, por diversos y variados objetivos en común. A partir de esta participación asociativa, la sociedad se articula convirtiéndose en una plural, activa y natural interlocutora con el gobierno de turno. En este sentido, la multiplicación de asociaciones intermedias es garantía de una sólida democracia, que se erige atendiendo con diligencia los ámbitos de lo cotidiano. Millones de jóvenes quieren limpiar el planeta. Millones de padres quieren que comiencen por su dormitorio.
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