“Cada vez que lo hiciste con uno de estos, conmigo lo hiciste”
Estamos ante el Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, en que celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el último domingo de este año litúrgico. Empezamos con el Adviento la siguiente semana un nuevo año litúrgico nuevo, una vida nueva.
La Primera Lectura es del profeta Ezequiel, y nos dice: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro”. El Señor está buscando a cada uno de nosotros en esta pandemia. Nos ha rastreado y nos está librando de hacia dónde íbamos: la muerte. Él mismo está apacentando y recogiendo a las descarriadas, está vendando nuestras heridas y curando a las ovejas enfermas. Esto es lo que nos dice la Palabra: a las ovejas gordas, es decir, llenas de soberbia, nos está corrigiendo. Por eso al final dice la lectura: “Voy a juzgar entre oveja y oveja”. Porque quiere hacernos humildes, como el Padre ha hecho humilde a Jesús. Esta es la esencia del cristianismo: Jesucristo se ha dejado humillar hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por eso respondemos con el Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar”. Descansamos en esta pradera verde que es la Pascua de Resurrección. “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume”. El enemigo nuestro es el demonio, que tiene envidia de nosotros porque podemos convertirnos, mientras que él ya está sentenciado. “Tu bondad y tu misericordia me acompañan”.
La Segunda Lectura es de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios y dice: “Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección”. Por Jesús hemos vuelto a la vida, y cuando el vuelve cada día a nosotros (porque nos busca), quiere destruir en nosotros todo principado, poder y fuerza del demonio. Porque Jesucristo tiene el poder de aniquilar el orgullo, la soberbia, el creernos alguien. “El último enemigo aniquilado será la muerte. Y así Dios lo será todo para todos”. ¡Qué bonito y qué difícil es lo que Dios está haciendo con nosotros! Está destruyendo al hombre viejo.
El Evangelio de este domingo es de San Mateo, y nos habla del juicio final. La fe que quiere encontrar Jesús a su venida es que los cristianos practiquen las obras de misericordia, que hacen presente el Reino de Dios. ¿Qué muestra esta misericordia?¿Cuántos de nosotros padecemos hambre, enfermedad y muerte? ¿Y no nos sentimos amados, ni queridos, nos vemos con sed? Sin embargo, los cristianos dan de comer, dan de beber y acogen al forastero. “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Estos humildes hermanos son los misioneros que van sin nada, con su confianza puesta en Dios. El infierno es vivir sin misericordia, vivir en nuestras pretensiones. El Señor puede decirnos como en el evangelio: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. Por eso hermanos, Dios nos invita a despojarnos del hombre viejo y vestirnos del hombre nuevo, de Jesús, para ir como pobres anunciando el Reino de Dios.
Esta palabra nos invita a vivir el Cielo en la tierra. Esta pandemia nos está ayudando a despojarnos de nuestro Dios y vivir para Dios, experimentar a Jesucristo Rey de nuestras vidas, de nuestra familia y de nuestra nación. Ánimo hermanos, vamos a pedirle al Señor que se dé este espíritu en nosotros.
Obispo emérito del Callao