Todo calza como anillo al dedo cuando en el mapa de la vida se alinean las estrellas. Esta parece ser la referencia que orienta el devenir de los habitantes de la acogedora ciudad de Villahermosa.
Sixto Sarmiento
Para Juan, un niño de apenas diez años, el próximo lunes será un día como cualquiera. Se levantará muy temprano, apenas tendrá tiempo para simular tomar su desayuno y llevar los paquetes para dar alcance a su hermana mayor que ya está en su puesto de venta ambulatoria frente a una de las estaciones del Metro de Lima.
¿Tendrán idea alguna sobre la escasez del agua quienes nunca sufrieron de sed?
Este es un viaje no apto para quienes no sueñan, para quienes son presa fácil de la nostalgia apenas despegan, o se dan por vencidos ante el primer problema.
Son tiempos difíciles para la humanidad, tiempos en que la sociedad va involucionando cada vez más. Actualmente se observan más señales de retroceso. De seguir así su devenir es su propio colapso: hecho solo entendible porque las ideas oscurantistas arremeten contra todo espacio construido como sociedad. Esto es pues el resultado de un constante ataque a lo más sagrado del hombre: su libertad.
En estos días, la ciudad de las treinta y tres iglesias se viste de colores y el jolgorio será el común denominador en todas las actividades. Domingo, lunes y martes, las diferentes comparsas nos deleitarán con un espectacular desfile por las calles de Huamanga con lo mejor de su repertorio de música y danza, y con su colorido y elegante vestuario.
Tras unas horas de viaje por la serpenteante ruta hacia el centro del Perú arribo a La Oroya. El río Yauli, como tomándome de la mano, me acompañó en el tramo final, y sentí que se esforzó en no rugir a pesar de que viaja con una torrentada que de solo mirarla causa temor.
Mucho se ha escrito sobre la relación hombre – Dios, sobre todo poesía. Una incesante búsqueda de una señal de Dios, de esa extensión de vida, narrada con desgarro, a veces escritas en el mismo borde del precipicio y otras desde el otro extremo o todo un tránsito sobre llama viva, como quien camina descalzo por inagotables mediodías en pleno desierto.
Las noches de luna en la quebrada de Viseca no alumbran, iluminan, con su brillo encantan, son duraderas, trascienden a la propia noche y se quedan ahí para siempre; son noches que se impregnan en la sonrisa de los niños, en la mirada de los macctas y de las pasñas y en el sueño de todo aquel que al cruzar el río llega a Viseca.
Llegada la tarde del 13 de enero de 1881 el enemigo celebraba la victoria en la batalla de San Juan. A nuestros soldados les habían encargado la defensa de Lima, la gran mayoría de ellos jóvenes con escasa preparación cuyas armas de por sí ya daban ventaja al enemigo haciendo de esta batalla una desigual contienda.
Ordenar mis libros, el primer día del año, es una agradable y cuidada costumbre de la que disfruto siempre. Entre la amplia colección de libros que no había revisado, uno en especial, sí, uno, me sorprendió. Interrumpí mi trabajo para detenerme a revisarlo, se trataba de un libro de Patricia del Valle.
Mientras caminaba por las calles de Salamanca, Toledo y Ávila volvieron a mi pensamiento muchas historias sobre las cuales había leído, oído e imaginado. Una que creó en mí mucha intriga fue la tragicomedia monumental de Fernando de Rojas: “La Celestina”.
Una bella melodía de Navidad detuvo mi caminar, como pidiendo permiso o auxilio.
El mítico maestro Hugo Bonet Rodríguez partió a la eternidad llevando las tablas a otro escenario. Fue fundador y Director del Teatro Experimental Universitario Qosqo, de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Trabajó arduamente hasta lograr que la tierra de los incas sea un referente en el teatro nacional y así lo hizo hasta el final de sus días.
La vicuña siempre luce su esbelta figura y sus ojos de capulí y es la reina de las altas punas. Siempre la vemos corriendo, imponiendo su velocidad, a pesar del terreno agreste. Nuestros indefensos animales, uno de los cuales lucimos en nuestro escudo nacional, lo están pasando muy mal.
Seis y veinte de la mañana, frente a la estación del Metro de Lima, una sonriente señorita saluda a quienes se le cruzan. Pocas personas responden a su saludo y otras no tienen el menor interés. De pronto, con aguda voz entona una canción de Navidad. La mañana se quiebra, se ilumina.
Estos son días quebrados, son como rendijas abiertas, heridas predestinadas a no cicatrizar; días que más parecen eternas noches donde lo único que trae la luz es la imagen de mamá. Esa luz que se proyecta indetenible y que trasciende espacio y tiempo como amalgama de eterna vida. Mamá es vida, mamá es la luz.
En el libro de Cristina Castillo las palabras todavía están calientes, sudorosas, aún continúan sacudiéndose de ese viscoso humo impregnado que intenta atarlas a la tinta fresca con la que fueron aglutinadas, punto a punto, línea a línea, sueño a sueño, letra a letra, a lo largo de muchos años, desde que ella felizmente descubrió la belleza de un poema, desde que ella entendió que “la belleza c