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Raúl Diez Canseco

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El Perú amanece una vez más con un nuevo gobierno. En una jornada vertiginosa, el Congreso de la República ha colocado al frente del país al presidente del Poder Legislativo, José Jerí, un joven político de 38 años, cuya asunción, aunque constitucional, exige una rápida demostración de autoridad, madurez y propósito histórico.

El Perú no necesita mirar muy lejos para comprender cómo fracasan los experimentos estatistas que prometen justicia social, pero que terminan hipotecando el futuro.

Hace unos días, en la ciudad de Trujillo, vivimos una jornada que me llenó de esperanza y optimismo. Logramos establecer un nuevo récord Guinness con la ensalada de tarwi más grande del mundo, una preparación que alcanzó casi tonelada y media, y que muchos conocen como el delicioso “cebiche andino”.

El Ministerio de Economía y Finanzas ha revelado en el Marco Macroeconómico Multianual 2026–2029 un dato que debería alarmarnos a todos: la inseguridad le cuesta al Perú el equivalente al 1,7 % del PBI, es decir, casi 20 mil millones de soles. Esta cifra supera incluso el presupuesto anual del Ministerio del Interior, que asciende a 13 300 millones de soles.

En un artículo anterior, publicado la semana pasada, me referí al Senado que los peruanos elegiremos en 2026 y a la necesidad de que esté compuesto por hombres y mujeres de alta calidad, capaces de recuperar la profundidad del debate y el equilibrio político que el país necesita.

En un artículo anterior, publicado la semana pasada, me referí al Senado que los peruanos elegiremos en 2026 y a la necesidad de que esté compuesto por hombres y mujeres de alta calidad, capaces de recuperar la profundidad del debate y el equilibrio político que el país necesita.

Con la elección de la nueva Mesa Directiva, se cierra un ciclo político: el del Congreso unicameral que hemos tenido por más de tres décadas. En la próxima elección general de abril de 2026, regresará el Congreso bicameral. Volverá así el Senado, cámara reflexiva por excelencia, cerrada por el autogolpe de 1992, pero cuya ausencia siempre se sintió.

Sí, leyó bien, estimado lector: en las próximas elecciones que se avecinan, yo votaré por Fernando Belaunde Terry. Por alguien como él que encarne las virtudes republicanas que el Perú parece haber extraviado. Alguien que nos devuelva la política como decencia, como servicio, como proyecto común.

La semana pasada estuvimos en Washington D. C., capital de los Estados Unidos, para presentar el libro Bicentenario de las relaciones diplomáticas Perú y Estados Unidos: lazos de unión y sueños compartidos, editado conjuntamente por la Universidad San Ignacio de Loyola, la Embajada del Perú en EE. UU. y la Cancillería peruana.

Hay decisiones que el tiempo se encarga de reivindicar. Una de ellas fue la del presidente Fernando Belaunde Terry, quien en 1965 apostó por ubicar el primer aeropuerto internacional del Perú en una zona costera del Callao. Fue una elección estratégica, no solo por su cercanía al puerto y a la capital, sino también por su visión de desarrollo integrado.

Cuando hablamos de salud en el Perú, hay buenas, malas y también terribles noticias. Empecemos por las buenas. En las últimas cuatro décadas, se han logrado mejoras importantes. La esperanza de vida ha crecido en más de 13 años desde 1980. La mortalidad infantil se ha reducido de 83 a solo 11 muertes por cada mil nacidos vivos.

La historia a veces se manifiesta con señales inesperadas que renuevan la esperanza. La elección del nuevo papa, León XIV, es una de esas señales. Para muchos peruanos, no se trata solo del nombramiento del sucesor de Pedro, sino de la conexión espiritual que trasciende fronteras y que ahora adquiere el rostro de alguien cercano, querido y profundamente familiar.

La reciente decisión del Gobierno de adjudicar, en el cuarto trimestre de este año, el proyecto del Teleférico de Choquequirao marca un punto de inflexión para el desarrollo turístico del país.

La Pascua de Resurrección nos deja una de las imágenes más poderosas de la tradición cristiana: la piedra removida del sepulcro. Ese acto, simbólico y trascendente, representa la superación de los ciclos de muerte y estancamiento. También puede leerse como una metáfora de transformación: remover aquello que nos impide avanzar, y abrir paso a una nueva etapa de vida y propósito.

Las circunstancias especiales del desarrollo nacional le están dando al buen empresario peruano –que siempre existió– la valiosa oportunidad de aportar obras de infraestructura, con una alta gerencia en el cumplimiento de los plazos y con cero corrupción.

América despierta. Con estilos distintos, pero siguiendo un mismo hilo conductor que muestra resultados concretos, Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina y Donald Trump en Estados Unidos vienen transformando sus países con autoridad y liderazgo.

A los 77 años, siento que he acumulado no solo experiencia, sino también una responsabilidad renovada hacia el país que me ha dado todo. Por eso, he considerado oportuno presentar “Misión Perú”, un libro que, en parte, es un recuento de mi paso por la gestión pública y privada, pero que también es un manifiesto de acción y esperanza para el futuro de nuestra nación.

La buena voluntad, aunque esencial, no es suficiente para enfrentar los retos que atraviesa el Perú, tras un periodo de gobierno que nos encuentra social y políticamente más separados que unidos.

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