ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

Hugo Guerra

Imagen

El radicalismo se quitó el bozal. En su comunicado del viernes pasado Nuevo Perú, la banda encabezada por Verónika Mendoza, chilla: “el único camino es el cierre del Congreso, el llamado a una asamblea constituyente…”.

Se acerca el desenlace: el Gobierno está haciendo hasta lo imposible para desestabilizar al país y consolidarse, a la mala, antes de fiestas patrias. Estamos obligados, por tanto, a fortalecer la unidad democrática e incrementar las medidas de resistencia anticomunista.

No soy partidario de los golpes de Estado. Los problemas políticos deben resolverse dentro del marco constitucional, pero por eso mismo creo que hoy las FF.AA. están en la obligación inevitable de intervenir al Gobierno en cumplimiento de su obligación de “garantizar la independencia, la soberanía y la integridad territorial de la República” (Art. 165).

Hay una corriente de análisis político que en los últimos día se declara afanosa al vaticinar que estamos en vísperas de la caída de Castillo y el ascenso de un régimen de transición democrática. Coincido en lo elemental, pero tengo mis dudas sobre quiénes deberían ser los protagonistas.

El debate en torno a las marchas de protesta ciudadana resulta, a estas alturas, estéril. Lo urgente es seguir construyendo la unidad de la oposición y proyectar un gobierno de transición porque la caída de Castillo parece inminente.

Cuando un organismo viviente se descompone, se pudre y apesta. Eso pasa hoy con la política peruana: el hedor que genera el gobierno de Pedro Castillo es insoportable; por tanto la limpieza debe ser profunda e inmediata.

La propuesta de cambio de la bandera nacional, para pasarla de blanca y roja a un diseño con colores parecidos a los del pabellón boliviano, no merecerían una sola línea por su estupidez evidente. Sin embargo, hay que ver con cuidado el trasfondo de la insistencia refundacional de los comunistas, quienes son esencialmente traidores a la patria.

Desde hace meses sostengo que el gran reto nacional no estriba solo en recuperar la democracia, sino en preservar la seguridad y la defensa nacional. El régimen de Castillo está poniendo en riesgo la viabilidad del Perú como nación libre y soberana y contra eso debemos actuar de inmediato por todas las formas posibles.

El peligro no ha pasado. Que el Congreso haya enviado al archivo el primer proyecto oficialista para convocar una Asamblea Constituyente es un estupendo paso, pero no significa que la guerra haya terminado.

El honor implica rectitud, decencia y dignidad. Como ser humano e intachable jefe naval, el almirante Luis Giampietri Rojas reúne esas características con una adicional, heroísmo.

Guillermo Bermejo, en cambio, es un miserable como lo demuestra su prontuario policial; y si hoy no está preso por terrorismo y ocupa una curul es porque el sistema fiscal y judicial comete crasos errores.

Como lo manda el Eclesiastés, hay tiempo de hablar y tiempo de callar; tiempo de paz y tiempo de guerra. Hoy, asumámoslo de una vez por todas, ha llegado la hora de romper lanzas contra el comunismo.

La prensa peruana está bajo ataque fiscal, judicial y gubernamental. Hay una campaña que tiene como eje desaparecer la libertad de expresión a cualquier precio y con cualquier pretexto. Contra esa monstruosidad debemos enfrentarnos radicalmente los demócratas.

La solución a la crisis terminal por la que atraviesa el país es una sola: sacar cuanto antes a la fórmula presidencial Castillo – Boluarte y dar paso a un gobierno de transición que dure, por lo menos un año, antes de convocar a nuevas elecciones generales.

Hemos entrado en la segunda etapa del gobierno comunista de Pedro Castillo: las históricas jornadas de lucha del pueblo huancaíno son, paradójicamente, el nuevo punto de partida para una radicalización del régimen y el avance a su proyecto de una asamblea constituyente.

Una de las peores infamias cometidas por el gobierno en esta etapa es invitar a la OEA para que envíe observadores al proceso de vacancia presidencial que se desarrolla en el Congreso de la República.

Las baterías democráticas deben disparar con todo contra un solo objetivo: la vacancia presidencial, porque ya no queda alternativa: o se saca a Castillo de la presidencia o el país entra en un proceso de degradación y violencia jamás visto.

Pedro Castillo es como la fiera herida que, tras una larga cacería, busca la madriguera para dar el último zarpazo. Ya sea para morir solo o para intentar una última matanza con aires suicidas, porque sabe que no tiene escapatoria.

Una vez más el sábado 5 de marzo los demócratas peruanos hemos demostrado que somos largamente superiores a la banda de delincuentes comunistas que nos gobiernan.

PUBLICIDAD