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El exorcista del papa: la historia del sacerdote italiano Gabriele Amorth que inspiró una película exitosa

La película ‘El exorcista del Papa’ se empezó a rodar en el año 2022, cuando Screen Gems compró los derechos de la historia del Padre Amorth, que fue protagonizada por Russell Crowe.

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El exorcista del papa: la historia del sacerdote italiano Gabriele Amorth que inspiró una película exitosa.
Fecha Publicación: 12/10/2025 - 03:25
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‘El exorcista del Papa’ (la película) está basada en los encuentros con “el demonio de la vida real” del sacerdote católico Gabriele Amorth, principal exorcista del Vaticano desde 1986 hasta su muerte en 2016.

Amorth afirmó haber realizado más de 60,000 ritos de exorcismo, escribió decenas de libros al respecto y fundó la Asociación Internacional de Exorcistas. En uno de sus textos, El último exorcista, comparó el ritual con una batalla.

Sin embargo, este cura de cara apacible, que de niño hacía travesuras durante la misa y siguió estudios laicos, nunca imaginó que terminaría siendo designado por la Iglesia como un “guerrero de Jesucristo contra la acción de Satanás”.

Para la mayoría de la gente, la palabra exorcismo probablemente evoca imágenes de sacerdotes católicos impulsados por el poder de Cristo, el viento de una fuente desconocida soplando, velas parpadeando a su alrededor, expulsando criaturas demoníacas y espíritus malignos de una persona o, en algunos casos, de un lugar. Películas como El exorcista (1973) destacan el uso del agua bendita, la oración e incluso la razón para expulsar una fuerza nefasta, todo ello mientras la épica batalla entre el bien y el mal se desarrolla ante los ojos de los espectadores. Pero... ¿es eso cierto?

Los exorcismos ocurren de verdad, y lo que está en juego durante uno de ellos puede que no se aleje demasiado de lo que la cultura pop nos quiere hacer creer. La película de 2023 El exorcista del Papa, basada en las memorias del verdadero sacerdote católico y exorcista Padre Gabriele Amorth, por ejemplo, ofrece una versión muy ficticia de la perspectiva de un exorcista real. Al centrarse en los aspectos terroríficos del exorcismo contemporáneo, lo que la cultura pop —como El exorcista del Papa— no ofrece es una comprensión clara de cómo surgió realmente el exorcismo como práctica.

El exorcismo en la historia

Los exorcismos realizados por la Iglesia católica son probablemente los más conocidos, pero en el corazón de cualquier exorcismo está la batalla duradera contra el mal. Sin embargo, la definición del mal es maleable y depende del sistema de creencias, la práctica y el contexto. Por ello, el mal puede adoptar la forma de un demonio, una impureza espiritual o una simple tentación. El exorcismo, como arma para combatir el mal, expulsa, limpia o protege de cualquier fuerza nefasta que esté en juego.

En Mesopotamia, durante el primer milenio a. C., los proveedores de magia llamados ašipu ahuyentaban y expulsaban a los demonios que traían la enfermedad y el caos. Como sanadores espirituales, los ašipu eran protectores estimados que utilizaban amuletos, realizaban elaborados rituales y, cuando era necesario, involucraban en sus esfuerzos a figuras demoníacas ayudantes. La antigua palabra griega daimon (de la que deriva el moderno “demonio”) se refería a espíritus divinos y fuerzas sobrenaturales. Aunque un daimon podía ser bueno o malo, este último era una fuerza malévola que había que expulsar o exorcizar. El historiador Josefo, del siglo I d. C., relató la historia de Eleazar, un hombre que liberó a otros de un demonio sacándoselo de las fosas nasales e invocando repetidamente el nombre del rey Salomón.

Puente para unir a los cristianos

Con el crecimiento del cristianismo durante los tres primeros siglos d. C., los temas establecidos del exorcismo se afianzaron aún más. Los exorcismos se convirtieron en un medio para unir a los fieles cristianos y reivindicar sus creencias tras la persecución religiosa. La difusión del cristianismo hizo que el paganismo adquiriera una connotación maligna, transformando las creencias no cristianas en algo que debía ser exorcizado.

Como resultado, la renuncia al paganismo como mal se convirtió en un requisito para el bautismo en la fe cristiana. Caer de nuevo bajo la influencia de una creencia pagana era, por tanto, similar a la posesión. En este contexto, el exorcismo era un mecanismo voluntario utilizado para fortalecer tanto la fe cristiana como la comunidad cristiana.

El exorcismo servía para legitimar el cristianismo y, en el siglo IV d. C., se utilizaba ampliamente en contextos pre-bautismales. Los conversos y los aspirantes a cristianos se sometían a exorcismos matutinos diarios antes del bautismo. El día del bautismo, un obispo les expulsaba literalmente las influencias malignas mediante un proceso llamado exuflación. En los momentos previos al bautismo, el individuo era ungido con aceite que había sido exorcizado.

Fuera del bautismo, los eclesiásticos practicaban el exorcismo imponiendo las manos a los poseídos y ordenando a los espíritus malignos que abandonaran sus cuerpos. Los cristianos de la Antigüedad tardía y la Edad Media temprana podían exorcizarse a sí mismos, por así decirlo, invocando a un santo como intercesor, acudiendo a un santuario y pidiendo ayuda a una entidad sagrada para acercarse a Dios y alejarse del mal.

En la edad antigua

No fue hasta aproximadamente el siglo XII cuando el exorcismo experimentó una transición significativa. Esto se debió al auge de las sectas heréticas del cristianismo. Grupos como los cátaros defendían la lucha dual entre el bien y el mal, una afrenta a la doctrina y a la jerarquía católicas. Para los fieles católicos ortodoxos (y, lo que es más importante, para los dirigentes católicos), esta herejía presentaba un nuevo beneficio del exorcismo: un mecanismo esencial por el que los cristianos podían liberarse de las pecaminosas creencias heréticas que surgían en la época.

Demostrar la propia dedicación al cristianismo encontró formalización a través del exorcismo, con oraciones personales que adoptaron la forma de “autoexorcismo”. Además, teólogos de la talla de Santo Tomás de Aquino (1225–1274 d.C.) se ocuparon de temas como la demonología y ayudaron a definir y aclarar el propósito del exorcismo dentro del proceso religioso.

Tras la publicación del primer libro sobre exorcismo en torno al año 1400 d.C., la Iglesia católica sufrió una crisis que duraría décadas, si no siglos. En el siglo XVI, la Reforma protestante dividió la cristiandad occidental (que englobaba a la mayoría de reinos de Europa occidental) y significó que el “otro” demonizado estaba quizá más presente de lo que nunca había estado, desde la perspectiva del Vaticano. Como consecuencia, las instituciones persecutorias como la Inquisición adquirieron tintes de exorcismo. En este contexto, el primer rito oficial de exorcismo fue sancionado por la Iglesia católica.

En 1614 se instituyó el Rituale Romanum, que permaneció prácticamente inalterado durante la primera mitad del siglo XX. Incluía el De Exorcismis et Supplicationibus Quibusdam (“De los exorcismos y ciertas súplicas”) y, tras las reformas emprendidas por el Concilio Vaticano II (1962–1965), fue la última parte del Rituale Romanum en ser revisada. La versión actualizada se publicó en 1999.

La estructura y las fórmulas de las versiones de 1614 y 1999 del De Exorcismis et Supplicationibus Quibusdam son muy similares, aunque esta última refuerza la conexión entre bautismo y exorcismo. Como resultado, los exorcismos contemporáneos no solo siguen reflejando a sus antiguos predecesores, sino que, en muchos sentidos, han cerrado el círculo.

Manifestaciones diabólicas

Gabriele Amorth realizó el primero de sus más de 60,000 exorcismos el 21 de febrero de 1987, a un campesino de 25 años que, cuando entraba en trance, gritaba blasfemias en inglés que otra voz extraña (dentro de él) traducía.

En otra ocasión, una mujer analfabeta pronunció insultos en un idioma que, después de investigar, resultó ser arameo (una lengua antigua del Medio Oriente).

Amorth había memorizado las 21 reglas que preceden el rito del exorcismo que aparecen en el Rituale Romanum del papa Pablo V, escrito en 1614. “Sin estas reglas serás derrotado”, le advirtieron.

Los principales signos de posesión, según el libro de Amorth, son: hablar idiomas desconocidos, manifestar hechos ocultos, y demostrar una fuerza superior a la condición física.

Una vez, durante una sesión de exorcismo, Amorth vio a un niño de 11 años sostenido por cuatro hombres corpulentos.

“El muchachito los hizo volar”, afirmó. En otra ocasión, un niño de 10 años levantó una mesa pesada sobre su cabeza. “Nunca lo hubiera logrado solo”, atestiguó.

Pero el síntoma más grave es la aversión a lo sagrado, como por ejemplo una persona que se desmaya al ir a misa o echa espuma de rabia cuando ve a un sacerdote.

Uno de los episodios más aterradores está descrito en su libro Mi primera vez contra Satanás, en la intervención a un menor que se creía estaba poseído.

De un momento a otro, los ojos del niño se pusieron en blanco y su cabeza cayó sobre el respaldo de la silla. Poco después, la temperatura en la habitación bajó horriblemente y Amorth comenzó a sentir un frío gélido.

Más adelante, según la descripción del exorcista, el poseído comenzó a levitar. “Medio metro por encima de la silla”, escribió Amorth. “Allí permaneció inmóvil, suspendido en el aire durante varios minutos”.

Exorcista 24/7

En los últimos años de su vida, Gabriele Amorth realizaba un promedio de cinco exorcismos al día. Pero hubo un tiempo en que abordaba entre 10 y 15. Tantos, que tuvo que dejar un mensaje en su contestador automático para restringir las solicitudes de exorcismo a una hora a la semana.

De cada diez exorcismos que realizó, nueve fueron sobre mujeres. Devoto de Nuestra Señora de Fátima, Amorth nunca supo explicar por qué, pero supuso que el diablo quería vengarse de la Virgen María.

Un exorcismo nunca es igual a otro, indicó.

Salió de algunas batallas con moretones por todo el cuerpo, tras recibir patadas, puñetazos, mordiscos y algún que otro escupitajo, según relató.

En una ocasión, un sacerdote estadounidense le preguntó a Amorth si le tenía miedo a Satanás.

—Yo no soy el que le tiene miedo. Él debería tenerme miedo a mí y a todos los que viven en Jesucristo —respondió Amorth.

Y cuando alguien le dijo que “creía en Dios, pero no era practicante”, respondió con su acostumbrado sarcasmo:

—¡Ah, sí! Los demonios también... creen en Dios, pero no son practicantes. Por cierto, nunca conocí a un demonio ateo.

El padre Gabrielle Amorth

Gabriele Amorth nació en Módena, Italia, en 1925. De niño practicó deportes como esgrima y baloncesto, luchó con valentía en la Segunda Guerra Mundial, se graduó en Derecho y Periodismo, y probó suerte en la política con el Partido Demócrata Cristiano.

Pero ya había descubierto temprano su vocación eclesiástica y fue ordenado sacerdote en 1954.

Sin embargo, su nombramiento como exorcista llegó como una total sorpresa y fue el resultado de una conversación en broma que tuvo con el cardenal Ugo Poletti, obispo vicario de Roma.

Son los obispos los encargados de delegar en los sacerdotes de sus diócesis el poder conferido por Jesús para expulsar demonios. Una mañana de 1986, Amorth decidió visitar por sorpresa al cardenal Poletti para contarle unos chistes nuevos y, como era su costumbre, alegrarle el día.

Durante la conversación informal, se le ocurrió mencionar al padre Cándido Amantini, en ese entonces exorcista de la diócesis de Roma durante 36 años, que solía tratar, en solo una mañana, entre 70 y 80 personas con sospecha de posesión diabólica.

—¿Conoce al padre Cándido? —preguntó Poletti, sorprendido.

—¡Sí! —respondió Amorth.

—Quería conocer, por curiosidad, el lugar donde hace exorcismos —dijo medio en broma—. Lo conocí y, de vez en cuando, voy a visitarlo —explicó.

En ese instante, Poletti abrió un cajón de su escritorio, tomó una hoja con el membrete de la diócesis y, en silencio, comenzó a escribir. Metió la hoja en un sobre y, con una sonrisa, se la entregó a Amorth:

—¡Felicitaciones!

Amorth quedó enmudecido al leer lo que decía la carta:

“Yo, el cardenal Ugo Poletti, vicario arzobispo de Roma, nombro al padre Gabriele Amorth, religioso de la Sociedad de San Pablo, exorcista de la diócesis. Colaborará con el padre Cándido Amantini el tiempo que sea necesario”.

—Su Eminencia, yo... solo soy bueno contando chistes y haciendo bromas —tartamudeó el sacerdote.

—La Iglesia necesita desesperadamente exorcistas —interrumpió el cardenal—. El padre Cándido, hace un tiempo, me pidió un ayudante. Siempre tuve un pretexto. Ahora que me dices que lo conoces, ya no lo tengo. Harás bien el trabajo. No tengas miedo —le animó Poletti.

El único exorcismo reconocido por el Vaticano

En 1975, en un pequeño pueblo de Alemania, ocurrió uno de los casos de exorcismo más perturbadores de la historia. Anneliese Michel, la joven en la que se basó la película El Exorcismo de Emily Rose, comenzó a experimentar episodios inexplicables: convulsiones severas, parálisis temporal, visiones aterradoras y la capacidad de hablar en idiomas que nunca había aprendido.

Inicialmente, los médicos la diagnosticaron con epilepsia del lóbulo temporal y esquizofrenia, prescribiéndole medicamentos antipsicóticos y anticonvulsivos. Sin embargo, nada parecía funcionar. Con el tiempo, Anneliese comenzó a manifestar comportamientos aún más inquietantes: evitaba los objetos religiosos, decía ver figuras demoníacas y aseguraba estar poseída por entidades como Lucifer, Caín, Nerón y Hitler.

Sus padres, desesperados ante la falta de mejoras, recurrieron a la Iglesia Católica. Tras una evaluación exhaustiva y considerando que los tratamientos médicos no daban resultados, la Iglesia autorizó el exorcismo, algo extremadamente raro en la era moderna. Dos sacerdotes, Arnold Renz y Ernst Alt, llevaron a cabo 67 sesiones de exorcismo en un periodo de 10 meses.

Durante estas sesiones, Anneliese gritaba en lenguas desconocidas, realizaba movimientos antinaturales y afirmaba que “los demonios no la dejarían ir”. Con el tiempo, su cuerpo se debilitó hasta quedar esquelético. Murió el 1 de julio de 1976, por desnutrición y deshidratación extrema.

Su muerte llevó a un juicio histórico en el que los sacerdotes y sus padres fueron acusados de homicidio por negligencia. La Iglesia, aunque nunca se pronunció públicamente sobre el caso, mantuvo el reconocimiento del exorcismo como un rito legítimo.

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