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Alicia Barco: “Necesitamos un nuevo pacto social para que la tecnología respete nuestra humanidad”

La ética y la participación ciudadana son claves para que la inteligencia artificial respete la dignidad humana en un mundo cada vez más automatizado.

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Alicia Barco: “Necesitamos un nuevo pacto social para que la tecnología respete nuestra humanidad”.
Fecha Publicación: 22/03/2025 - 13:14
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En un mundo cada vez más atravesado por la tecnología, el debate sobre cómo mantener el protagonismo humano se vuelve urgente. El avance de la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una predicción futurista para convertirse en una realidad cotidiana: algoritmos que deciden qué vemos, qué compramos e incluso qué pensamos. En medio de esta disrupción, surge una pregunta central: ¿cómo garantizamos que la tecnología no desplace la esencia humana, sino que la potencie? El concepto de humanismo digital plantea justamente ese desafío: que las máquinas no nos sustituyan, sino que nos sirvan.

Para alcanzar ese equilibrio, la ética se posiciona como eje irrenunciable. No basta con desarrollar tecnología avanzada; es necesario que esta responda a valores fundamentales como la dignidad humana, la justicia, la libertad y la empatía. Pero, ¿quién define esos valores en un entorno tan diverso y globalizado? Ahí entra la necesidad de una regulación justa, dinámica y participativa, que no frene la innovación, pero sí la oriente. Las grandes empresas tecnológicas como Google, Twitter o Amazon han demostrado que, sin límites claros, el uso de datos personales y la manipulación algorítmica pueden volverse peligrosas armas de poder.

El humanismo digital no se construye solo desde los laboratorios ni desde las oficinas gubernamentales. Se requiere una ciudadanía activa, formada en alfabetización digital crítica, capaz de cuestionar, analizar y participar en la construcción del futuro. Las universidades y colegios deben incluir la ética, la filosofía y el pensamiento crítico como parte de su formación técnica. Solo así podremos crear una nueva generación de “programadores éticos” capaces de escribir código no solo eficiente, sino también moralmente responsable.

En conversación con Expreso, Alicia Barco con su libro 'Bienvenidos al humanismo digital', nos explica el panorama actual en el que vivimos con la tecnología.

La educación para una conciencia digital que es lo que se conoce como alfabetización Digital Crítica es clave. Hay que enseñar a las personas a utilizar la tecnología de manera consciente y crítica, fomentando la capacidad de discernir información veraz de la falsa. Promover la reflexión sobre el impacto de la tecnología en nuestras vidas y en la sociedad. Fortalecer habilidades como la empatía, la comunicación y la colaboración, que son esenciales para las relaciones humanas y que la tecnología no puede replicar. Fomentar la inteligencia emocional para gestionar el estrés y la ansiedad que pueden surgir en un mundo digitalizado.

En el libro hay una parte muy interesante y que es cierto… “La pandemia del COVID-19 aceleró la historia del ser humano”. Esto implica una serie de reflexiones…

La pandemia del COVID-19 no solo fue un evento sanitario, sino un catalizador que aceleró la historia humana, obligándonos a mirarnos al espejo y replantear nuestro mundo. Imagina un reloj que, de repente, avanza a toda velocidad: así fue la pandemia. Primero, la digitalización nos invadió de golpe. El teletrabajo, la educación virtual, las compras en línea... todo lo que antes era opcional, se volvió imprescindible. De la noche a la mañana, vivimos en un mundo más conectado, pero también más virtual. Luego, nuestras prioridades se tambalearon. La salud, la familia, la comunidad... lo que dábamos por sentado adquirió un valor incalculable. Nos dimos cuenta de que somos vulnerables, de que estamos interconectados, y de que la salud de uno depende de la salud de todos.

En el mundo laboral, la revolución fue doble. El teletrabajo demostró ser viable, pero también nos hizo preguntarnos sobre el futuro del trabajo y el equilibrio entre vida personal y profesional. Y mientras tanto, la automatización avanzaba a pasos agigantados, planteando nuevos retos para el empleo.

La salud mental, antes relegada a un segundo plano, se convirtió en protagonista. El aislamiento, el miedo, la incertidumbre... todo esto dejó una huella profunda en nuestra psique. La pandemia nos recordó que la salud mental es tan importante como la física.

Las desigualdades sociales, ya existentes, se hicieron aún más evidentes. Los más vulnerables fueron los más afectados, demostrando que aún tenemos mucho camino por recorrer en la construcción de una sociedad más justa.

En el plano geopolítico, la pandemia nos mostró la necesidad de cooperar, de trabajar juntos para enfrentar los desafíos globales. Pero también evidenció las tensiones y rivalidades entre naciones.

Finalmente, la pandemia nos invitó a reflexionar sobre nuestro futuro. ¿Qué mundo queremos construir? ¿Cómo podemos ser más sostenibles, más equitativos, más humanos? La respuesta a estas preguntas determinará el rumbo de nuestra historia. Es aquí cuanto más profundicé en la investigación y escribí el libro.

¿Cómo puede el humanismo digital garantizar que la tecnología respete la dignidad humana en un mundo cada vez más automatizado?

Imagina un mundo donde la tecnología, en lugar de alejarnos, nos acerca a nuestra esencia humana. Ese es el ideal del humanismo digital. Para lograrlo, primero, necesitamos ética en el diseño. No basta con crear máquinas inteligentes; debemos imbuirlas de valores, asegurando que sirvan a la humanidad, no que la dominen. El diseño debe centrarse en nosotros, en mejorar nuestras vidas, respetando nuestra dignidad desde el inicio.

Pero la ética no es suficiente. Necesitamos educación y conciencia. La alfabetización digital crítica nos enseña a navegar en un mar de información, a discernir lo real de lo falso, a usar la tecnología con sabiduría. Y no olvidemos las habilidades socioemocionales: la empatía, la comunicación, esas cualidades que nos hacen humanos y que ninguna máquina puede replicar.

También necesitamos marcos legales y regulatorios. Leyes que protejan nuestros derechos en el mundo digital, que regulen la inteligencia artificial, que garanticen la transparencia y la responsabilidad. Y estas leyes no pueden ser locales; necesitamos colaboración internacional, estándares globales que protejan a todos.

La participación ciudadana es vital. No podemos dejar que los expertos decidan por nosotros. Necesitamos debate público, espacios donde todos podamos opinar, donde nuestras voces sean escuchadas. Y no solo opinar, sino participar en el diseño, asegurando que la tecnología refleje nuestros valores.

Finalmente, todo se reduce a la dignidad humana. Valorar nuestra singularidad, proteger nuestra privacidad, fomentar nuestra autonomía. La tecnología debe ser una herramienta para empoderarnos, para que cada uno de nosotros pueda tomar decisiones informadas sobre su vida.

Bienvenidos al humanismo digital nos invita a construir un puente entre la tecnología y la humanidad, un puente donde la ética, la educación, la ley y la participación ciudadana se entrelazan para garantizar que la tecnología respete nuestra dignidad, nuestra esencia humana.

¿Qué papel crees que juega la ética en la era de las redes sociales y la Inteligencia artificial?

En la era digital, la ética es como un faro en medio de una tormenta. Las redes sociales y la IA, con su poder inmenso, pueden ser tanto una bendición como una maldición. Y ahí es donde la ética entra en juego, como un guardián de nuestros valores.

Primero, está la desinformación, ese monstruo que se alimenta de la velocidad de las redes. Imagina un río de información donde las noticias falsas fluyen como peces venenosos. La ética nos exige ser filtros, verificar, cuestionar, no compartir lo que no es cierto. Y la IA, con su capacidad para crear "deepfakes" que parecen reales, nos desafía aún más. Necesitamos algoritmos éticos que detecten la falsedad, que protejan la verdad.

Luego, están los sesgos, esos fantasmas que habitan en los algoritmos. La IA aprende de nosotros, de nuestros datos, y si esos datos están sesgados, la IA también lo estará. Imagina un sistema que decide quién merece un trabajo, un préstamo, una sentencia, basado en prejuicios ocultos. La ética nos obliga a crear IA justa, transparente, que no discrimine.

La privacidad es otro campo de batalla. Las redes sociales y la IA nos conocen mejor que nosotros mismos. Saben lo que pensamos, lo que sentimos, lo que compramos. Imagina un mundo donde cada paso que damos es vigilado, donde cada palabra que decimos es escuchada. La ética nos exige proteger nuestra privacidad, regular el uso de nuestros datos, garantizar que no seamos meros productos de consumo.

La responsabilidad es la pregunta del millón. ¿Quién es responsable cuando una IA toma una decisión equivocada? ¿El programador, el usuario, la propia IA? Imagina un coche autónomo que causa un accidente. ¿A quién culpamos? La ética nos obliga a definir claramente las responsabilidades, a crear sistemas que rindan cuentas, que sean transparentes.

Finalmente, está el impacto social. La IA y las redes sociales están cambiando el mundo, para bien y para mal. Imagina un futuro donde los robots nos reemplazan en el trabajo, donde las redes sociales nos aíslan en burbujas de opinión. La ética nos exige reflexionar sobre el impacto de estas tecnologías, a usarlas para el bien común, para construir un mundo más justo y humano.

La ética es la brújula que necesitamos para navegar en este mar de tecnología. Sin ella, nos perderemos, nos convertiremos en esclavos de nuestras propias creaciones.

Muchos políticos hoy en día se introducen a las plataformas digitales con el fin de convertirse en “influencers” y demostrar su perfil profesional, mientras otros para limpiar su imagen. ¿Cuál es tu principal recomendación?

En la era digital, la incursión de los políticos en plataformas digitales es un arma de doble filo. Algunos buscan convertirse en "influencers", otros limpiar su imagen. Pero, ¿qué es lo que realmente funciona?

Imagina un escenario donde la autenticidad es la moneda de cambio. Los políticos que se muestran tal como son, con sus virtudes y defectos, conectan genuinamente con la ciudadanía. No hay poses, no hay personajes artificiales. Solo la verdad, desnuda y cruda.

Pero la autenticidad no basta. Necesitamos transparencia. Un lenguaje claro, accesible, que explique las propuestas y acciones sin rodeos. Una rendición de cuentas honesta, que reconozca los errores y responda a las críticas con altura. Y, por supuesto, un diálogo abierto, sin censura ni manipulación de comentarios.

Evitemos la manipulación de la imagen, esa trampa mortal. Nada de noticias falsas, nada de seguidores comprados. La ciudadanía no es tonta, detecta la farsa a kilómetros de distancia. Y cuando lo hace, la confianza se rompe, quizás para siempre.

Las plataformas digitales son un espejo. Reflejan lo que somos, para bien o para mal. La autenticidad y la transparencia son las claves para construir una relación sólida con la ciudadanía. La manipulación, tarde o temprano, se descubre. Y cuando eso sucede, el precio a pagar es muy alto.

Frente a estas situaciones… ¿Qué habilidades críticas y perspectivas éticas debe cultivar la ciudadanía global?

Imagina un ciudadano global del siglo XXI como un navegante en un mar agitado. Necesita una brújula y un mapa para no perderse. La habilidad crítica es su brújula. Le permite discernir entre la verdad y la mentira, entre la propaganda y la información veraz. Le ayuda a cuestionar, a analizar, a no creer todo lo que ve. En un mundo lleno de información, esta habilidad es vital.

La alfabetización mediática es su mapa. Le muestra cómo funcionan los medios, cómo se construyen los mensajes, cómo los algoritmos moldean su realidad. Le permite navegar por las redes sociales sin caer en las trampas de la desinformación. La comunicación intercultural es su salvavidas. Le permite entender y respetar a personas de diferentes culturas, dialogar con ellas, construir puentes en lugar de muros. En un mundo globalizado, esta habilidad es esencial para la paz y la cooperación.

La resolución de problemas es su remo. Le permite enfrentar los desafíos complejos que plantea el mundo actual, desde el cambio climático hasta la desigualdad social. Le da la capacidad de encontrar soluciones creativas y trabajar en equipo para lograr un futuro mejor. Pero la brújula, el mapa y el remo no son suficientes. Necesita una ética sólida, un conjunto de valores que lo guíen en su camino.

La empatía es su corazón. Le permite ponerse en el lugar del otro, sentir su dolor, alegrarse con su alegría. Le recuerda que todos somos humanos, que compartimos un destino común. La justicia social es su conciencia. Le impulsa a luchar contra la desigualdad, a defender los derechos de los más vulnerables, a construir un mundo más justo para todos.

La responsabilidad ambiental es su pulmón. Le recuerda que somos parte de la naturaleza, que debemos cuidarla y protegerla para las generaciones futuras. La ética digital es su escudo. Le protege de los peligros de la tecnología, de la manipulación, de la vigilancia, de la pérdida de privacidad. Le permite usar las herramientas digitales de manera responsable y consciente.

El ciudadano global del siglo XXI será digital y necesita una combinación de habilidades críticas y valores éticos para navegar con éxito en un mundo complejo y cambiante.

Entonces ¿Confirmas que necesitamos un nuevo pacto social?

Sí, porque nuestra sociedad actual es un edificio antiguo, construido con normas y acuerdos que ya no se ajustan a la realidad actual. Los cimientos se tambalean, las paredes se agrietan, y el techo amenaza con caerse. Es como seguir comprando un edificio que se ha hecho hace miles de años. Necesitamos una renovación urgente, un nuevo pacto social que nos permita construir un futuro más sólido y habitable.

Primero, el mundo ha cambiado drásticamente. La globalización y la digitalización nos han conectado de formas inimaginables, pero también han generado nuevas desigualdades y desafíos.

El cambio climático amenaza nuestra supervivencia, exigiendo una acción colectiva sin precedentes. Los pactos sociales del pasado ya no son suficientes para abordar estas realidades. ¿Y qué están pensando los del Congreso?

Segundo, la desigualdad se ha convertido en una herida abierta. Los ricos se hacen más ricos, los pobres se hunden más en la miseria. La confianza en las instituciones se desmorona, el tejido social se desgarra. Necesitamos un nuevo pacto que promueva la equidad, la posibilidad de prosperar para todos, empezando por los emprendedores. La ley del Perú está pensada para las empresas grandes, no para las pequeñas empresas. La justicia social, como valor de la social democracia, garantiza oportunidades para todos, porque en las injusticias por falta de oportunidades, educación, siempre lo más vulnerables son los perjudicados. Hay que desarrollar la sociedad humana con más empatía.

Tercero, la tecnología avanza a pasos agigantados, planteando dilemas éticos y sociales que no podemos ignorar. La inteligencia artificial, las redes sociales, la biotecnología... estas herramientas poderosas pueden ser una bendición o una maldición, dependiendo de cómo las usemos. Necesitamos un nuevo pacto que establezca normas y principios éticos para el desarrollo y uso de la tecnología, que proteja nuestra privacidad y nuestra dignidad humana.

¿Cómo sería este nuevo pacto?

Sería basado en la persona, como un Ser espiritual, intelectual, ¡con voluntad, afectos y libertad! Construido con la participación de todos, no solo de unos pocos. Esto a través de los Laboratorios de Innovación Ciudadana se puede hacer y lo estamos logrando. Nadie nos ha enseñado a amar a nuestro Perú, a tener Visión País, hacia el desarrollo y la distribución equitativa de la riqueza, a través de la generación del trabajo. Y siempre de la mano de la Educación. Es urgente y necesario que el siguiente Gobierno haga estos cambios.  Garantizando los derechos de todos, no solo de algunos. Y sería ético, guiado por valores humanos fundamentales.

Necesitamos un nuevo pacto social porque el mundo ha cambiado, porque la desigualdad nos divide, porque la tecnología nos desafía. Necesitamos un nuevo acuerdo más humano, que nos permita construir un futuro más justo, sostenible y humano para todos, en un sistema político que defienda nuestros derechos, nuestra integridad, nuestra dignidad, nuestro desarrollo.

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